Lo que no se nombra, no existe. Esta frase, tan sencilla, encierra una verdad crucial para quienes trabajamos en comunicación y diversidad. Si seguimos utilizando el masculino genérico o ignorando identidades que históricamente han sido silenciadas, estaremos perpetuando formas de exclusión. Apostar por un lenguaje inclusivo no es solo una decisión lingüística, es un acto de reconocimiento hacia quienes han sido invisibilizados. Y en un contexto como el del Mes Europeo de la Diversidad, esta toma de conciencia resulta más necesaria que nunca.
El lenguaje inclusivo no es una moda ni una cuestión estética, es una herramienta poderosa para reconocer, visibilizar y dar espacio a todas las realidades que conforman nuestra sociedad. Utilizar un lenguaje que refleje la diversidad no solo contribuye a la equidad, sino que también rompe estereotipos, combates sesgos inconscientes y abre las puertas a una representación más fiel y justa de todas las personas. Las palabras construyen realidades, y por eso debemos ser responsables con la forma en la que comunicamos, tanto en el ámbito personal como profesional.
El papel de las empresas en la transformación social
Las empresas tenemos la capacidad, y también la responsabilidad, de liderar el cambio hacia entornos más inclusivos y respetuosos. No basta con buenas intenciones, es necesario revisar políticas internas, crear espacios inclusivos, y asegurarnos de que cada palabra en la comunicación corporativa también lo sea.
En nuestro acompañamiento a las compañías en este proceso, lo que vemos claro: cuando se apuesta de verdad por una comunicación inclusiva, la conexión con los públicos mejora, la cultura interna se enriquece y el impacto social se multiplica.