Hace poco, leyendo un libro, recordé que hubo un tiempo en que los mapas eran conjeturas y el horizonte, un misterio. Los navegantes europeos trazaban Asia como un garabato, y África se desvanecía en el polvo del Sahel. Se hablaba de monstruos marinos, de abismos en los bordes del mundo, de un final abrupto donde los barcos caerían al vacío. Atravesar lo desconocido infundía respeto, incluso temor.
Ese mismo respeto, casi reverencial, deberíamos sentir hoy ante el desafío del cambio climático. Durante años, pensamos en la crisis ambiental como algo lejano, como si aún tuviéramos tiempo. Pero ese «futuro» ya es nuestro presente, y cada día que pasa sin acción nos empuja un poco más hacia un desenlace irreversible.
Junio, con el Día Internacional del Medioambiente, nos ofrece la oportunidad de detenernos y mirar con honestidad. Como civilización, hemos asumido compromisos: proteger océanos, recuperar bosques, repensar nuestra forma de producir energía. También exploramos nuevas herramientas, como la inteligencia artificial, que puede ayudarnos a redibujar nuestras economías dentro de los márgenes que impone la Tierra. Hay razones para temer, sí, pero también para tener esperanza.
Porque esta crisis no es solo ecológica. Atraviesa lo político, lo económico, lo humano. Y si queremos afrontarla, necesitamos algo más que datos: necesitamos narrativas que emocionen, que convenzan, que activen.
Este domingo, en una conversación con mi padre sobre el estado del mundo, me habló de Platón. Según él, el filósofo desconfiaba profundamente de quienes usaban la palabra solo para persuadir, sin compromiso con la verdad. Su discípulo, Aristóteles, en cambio, creía en el poder ético de la comunicación: en que es posible conmover con integridad y transformar desde la razón.
Hoy, esas lecciones son más necesarias que nunca. Porque si no somos capaces de explicar lo que está en juego —con rigor, con pasión y con sentido— corremos el riesgo de quedarnos callados mientras el planeta se desmorona.
El cambio climático no es un problema técnico. Es una cuestión de voluntad y de hacer más de lo que se nos pide.
Los límites que enfrentamos no son solo físicos: muchos nacen en nuestra mente, en la falta de imaginación colectiva. Pero también allí está la clave. Porque si nos atrevemos a creer que otro futuro es posible, aún estamos a tiempo de construirlo.
El mundo no termina aquí. Solo hay que atreverse, como los antiguos navegantes, a ir más allá de lo conocido.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Medioambiente.