En el mundo empresarial actual, decir “diversidad e inclusión” no basta: hay que demostrarlo. Las organizaciones que realmente quieren avanzar hacia un modelo más humano, justo y sostenible deben asumir un compromiso real, visible y constante. No es una cuestión de imagen, sino de responsabilidad.
Porque trabajar en un entorno donde no puedes ser tú mismo, donde tu identidad es invisible o cuestionada, genera miedo, desgaste emocional y una profunda sensación de aislamiento. Y eso tiene consecuencias: disminuye la motivación, la productividad y, en muchos casos, también el talento. El silencio, la exclusión o el lenguaje que duele restan salud, creatividad y compromiso. En cambio, un entorno seguro, donde se respeta y celebra la diversidad, suma bienestar, innovación y talento a las compañías y, por lo tanto, a la sociedad a la que pertenecen.
En DONTE GROUP lo entendemos así. Por eso hemos dado un paso firme al unirnos a REDI, la Red Empresarial por la Diversidad e Inclusión LGBTI, con quien vamos de la mano desde el primer momento. Nuestro Comité de Diversidad nació hace tres años como un movimiento interno, orgánico y valiente impulsado por compañeros dentro de la compañía, y hoy es una estructura consolidada que impulsa acciones concretas, escucha activamente y acompaña. Porque sabemos que las personas florecen donde pueden ser, sin miedo y sin máscaras. Promover la inclusión no sólo mejora el clima laboral, transforma culturas, amplía perspectivas y humaniza la empresa. Y ese trabajo conjunto ha dado sus frutos: el año pasado fuimos reconocidos con el Premio a las Buenas Prácticas por nuestra labor en favor de la diversidad e inclusión LGBTI.
Pero la diversidad no debe quedarse puertas adentro. Debe reflejarse también en todas las relaciones de la compañía: con clientes, pacientes, proveedores, aliados y comunidades. Mostrar abiertamente el compromiso con la inclusión genera confianza, fortalece vínculos y proyecta coherencia. Porque la cultura empresarial no sólo se vive en los equipos, también se transmite en cada contacto con el mundo exterior. Lo que se predica debe verse y sentirse en la experiencia diaria que tienen quienes interactúan con nosotros.
El orgullo corporativo no es una declaración, es una postura. Es un ejercicio de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Y no hay que dar un paso atrás. El lenguaje importa. Las palabras construyen o destruyen, visibilizan o excluyen. Por eso cuidar el modo en que hablamos, comunicamos y nos dirigimos a los demás también es parte del compromiso.
Ser valientes, coherentes y respetuosos no es opcional: es la base de las organizaciones sanas, sostenibles y humanas.
Hoy más que nunca, dar valor a la palabra es actuar con orgullo. Y nosotros lo hacemos cada día.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables – Orgullo corporativo: el valor de la palabra.