Después de más de ocho años enseñando en la universidad, me he dado cuenta —una y otra vez— de que mis estudiantes no aprenden realmente frente a una pizarra o resolviendo un examen. Aprenden de verdad cuando se conectan con el mundo fuera del aula. Cuando escuchan a alguien contar un problema real, cuando se dan cuenta de que pueden aportar con lo que saben, cuando diseñan soluciones para personas y organizaciones que existen, que los necesitan. Y ahí ocurre algo transformador.
Cuando un grupo de estudiantes se involucra en un proyecto con una empresa local, una ONG o una comunidad, el trabajo deja de ser solo un requisito académico. Se convierte en una experiencia con sentido. Y esa experiencia transforma a los estudiantes, a las organizaciones, y también a nosotros como docentes.
En esos momentos, la universidad deja de ser un espacio aislado y se convierte en un puente: entre conocimiento y práctica, entre teoría y acción, entre jóvenes con ganas de aportar y organizaciones que necesitan nuevas miradas.
A lo largo de estos años, he tenido la oportunidad de participar en proyectos donde la academia se ha aliado con empresas, instituciones públicas y organizaciones sociales. Estas experiencias han demostrado que, cuando hay confianza y objetivos compartidos, se pueden lograr cambios reales. Desde propuestas logísticas para pequeñas empresas hasta estrategias de sostenibilidad para ONGs, estos vínculos generan aprendizajes valiosos y un impacto tangible.
Las empresas también ganan: reciben ideas frescas, asesoría técnica, energía joven. Pero, sobre todo, encuentran aliados con propósito.
La UNESCO lo resume bien: “la colaboración entre la educación superior, el sector privado y la sociedad civil es clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible” (2020). Y el BID añade que “las alianzas universidad-empresa pueden acelerar la innovación y fortalecer la productividad cuando se articulan con visión compartida” (2022).
Una de las prácticas más potentes en este contexto es el voluntariado corporativo. Ver a profesionales con experiencia sumarse a proyectos con estudiantes no solo eleva la calidad de las soluciones, también abre nuevos horizontes de aprendizaje para todos los involucrados.
Un excelente ejemplo es Voluntare, una red iberoamericana que promueve programas de voluntariado corporativo entre empresas y universidades. Voluntare no solo articula iniciativas; también visibiliza buenas prácticas, conecta actores y sistematiza aprendizajes. Sin embargo, tan importante como organizar estas oportunidades es comunicarlas, compartirlas, hacerlas visibles. Muchas veces hay ganas de participar, pero falta saber dónde y cómo. Y ahí, la comunicación es clave para multiplicar el impacto.
He visto cómo estas experiencias marcan a los estudiantes: se involucran desde el corazón, desarrollan pensamiento crítico, refuerzan su compromiso cívico y mejoran su empleabilidad. Coinciden, además, con el enfoque de aprendizaje-servicio, que ha demostrado beneficios formativos significativos (Eyler, 2002).
Estamos en un momento en que necesitamos más puentes, más diálogo, más colaboración. Las universidades no pueden hacerlo solas. Las empresas tampoco. Pero si nos encontramos, si sumamos saberes y voluntades, podemos construir proyectos que no solo enseñen: que transformen.
Esta es una invitación abierta a las organizaciones: acérquense a la academia. Propongan retos, compartan experiencias, comuniquen oportunidades de voluntariado. Porque cuando docentes, estudiantes y empresas se unen con un propósito común, lo que se construye no es solo aprendizaje. Es esperanza. Es futuro.
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