Durante años, la defensa de los derechos humanos se ha sostenido sobre un mensaje tan sencillo como poderoso: “Esto es urgente”. Y lo era. Lo sigue siendo. La vulneración de derechos no da tregua, y durante décadas la urgencia ha sido un motor legítimo para activar a la ciudadanía.
Pero el contexto ha cambiado. La ciudadanía ya no responde solo a la alarma, sino a la confianza. Necesita comprender quién está detrás de cada causa, qué valores la sostienen, cómo se trabaja y por qué merece credibilidad. Y esto nos obliga a abordar algo que durante mucho tiempo se dejó en un segundo plano: la identidad.
En el ámbito de los derechos humanos, la causa siempre ha ocupado todo el espacio. Se asumía que su peso moral era suficiente para movilizar. Sin embargo, hoy sabemos que la conexión no depende únicamente del problema, sino de cómo se cuenta. Las personas quieren participar, pero exigen transparencia, coherencia y un relato que les invite a sentirse parte de algo. Los datos lo demuestran: mientras el 75% de los jóvenes quiere implicarse en causas sociales, el 41% admite no haberse involucrado nunca, lo que evidencia una brecha entre la sensibilidad y la acción.
Fortalecer la identidad no implica desdibujar la causa ni “convertirla en marca comercial”. Significa asumir que quienes defienden derechos humanos también necesitan una voz reconocible, un relato propio y una manera clara de explicar cómo trabajan. La identidad no resta; ordena, clarifica y sostiene.
Cuando una organización que trabaja en derechos humanos se muestra con honestidad, explica su metodología, sus principios y sus límites, no está desviando la atención: está generando confianza. Está construyendo una relación más profunda y más estable con quienes quieren implicarse. Está diciendo: “Estamos aquí, esto es lo que defendemos, así es como lo hacemos y contigo podemos hacerlo mejor”.
En este contexto, la comunicación no es una herramienta accesoria: es una responsabilidad. Comunicar bien no es solo contar lo urgente. Es velar por la dignidad de las personas sobre las que se habla, evitar la espectacularización del dolor, traducir la complejidad sin simplificarla y asegurar que ninguna causa queda reducida a una campaña efímera.
La comunicación en derechos humanos debe aspirar a tres cosas:
- Proteger, para no revictimizar;
- Explicar, para crear comprensión;
- Activar, para mover a la acción desde un lugar informado y consciente.
Cuando se comunica desde la identidad, estas tres capas se refuerzan. La organización sabe quién es, sabe cómo quiere contar y sabe qué valores deben guiar cada pieza. Y eso no solo fortalece la relación con la ciudadanía, sino que también protege a las personas cuyos derechos se defienden.
Una oportunidad para el sector
Hoy estamos ante un momento clave. La conversación social es cada vez más compleja y más polarizada. La información circula más rápido que nunca. La desconfianza crece. En este escenario, los derechos humanos necesitan organizaciones capaces de construir narrativas sólidas, humanas y coherentes. Capaces de explicar el porqué, no solo el qué. Capaces de mostrar su identidad como un acto de transparencia, no como un ejercicio de marketing.
La buena noticia es que esta transición ya está en marcha. Cada vez son más las organizaciones que se atreven a construir relatos propios, a apostar por lenguajes más honestos, a conectar la causa con la identidad. No porque quieran parecer marcas, sino porque han entendido que una causa fuerte necesita una voz fuerte que la sostenga.
Y ahí, cuando la identidad se alinea con el propósito, ocurre algo importante: la movilización ya no depende solo de la urgencia. Se convierte en relación. Se convierte en comunidad. Se convierte en compromiso.
Los derechos humanos no solo necesitan ser defendidos. Necesitan ser contados. Y contarlos bien es, hoy, una forma de protegerlos.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de los Derechos Humanos

