Cada 18 de diciembre se conmemora el Día Internacional del Migrante, una ocasión para detenernos y reflexionar sobre una realidad que, lejos de ser excepcional, define de forma contundente nuestro tiempo. En 2025, el número de personas desplazadas por la fuerza ha alcanzado cifras históricas, impulsadas por conflictos armados que se multiplican en distintas regiones del mundo. Desde Oriente Medio y el Sahel hasta Ucrania, Sudán, Myanmar o Haití, la violencia sigue obligando a millones de personas a abandonar sus hogares en busca de seguridad. Ante este panorama, hablar de solidaridad no es un gesto retórico, sino una exigencia ética y política.
Incrementar la solidaridad con los migrantes implica reconocer, en primer lugar, que nadie abandona su tierra por simple elección. La mayoría huye de entornos donde la guerra destruye infraestructuras, fragmenta comunidades y anula cualquier horizonte de futuro. Sin embargo, en demasiados países de destino persisten discursos de sospecha, políticas de cierre y narrativas que presentan la migración como una amenaza. Esta actitud no solo deshumaniza a quienes buscan refugio, sino que también ignora la profunda interdependencia global que caracteriza al siglo XXI.
La solidaridad requiere políticas migratorias más justas, vías seguras de tránsito y sistemas de acogida que respeten la dignidad humana. Pero también demanda un cambio cultural: comprender que los migrantes aportan diversidad, trabajo, creatividad y resiliencia a las sociedades que los reciben. La evidencia demuestra que, cuando se les permite integrarse plenamente, generan beneficios económicos y sociales significativos.
Asimismo, la solidaridad debe extenderse al plano internacional. Resulta imprescindible reforzar la cooperación para abordar las causas estructurales de los desplazamientos, incluyendo la resolución de conflictos, la lucha contra la desigualdad y la adaptación al cambio climático. Sin este enfoque integral, seguiremos limitándonos a gestionar las consecuencias sin transformar las raíces del problema.
El Día Internacional del Migrante 2025 debe servir como un recordatorio urgente: la migración no es una crisis, sino una realidad humana constante. La verdadera crisis es la falta de voluntad para responder con humanidad y responsabilidad. Incrementar la solidaridad no es solo un deber moral; es la única vía para construir sociedades más justas, seguras y cohesionadas.
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