Soy director de Recursos Humanos y también soy parte del colectivo LGTBIQ+. No siempre me resultó fácil decirlo con esta naturalidad. De hecho, durante años, lo llevé en silencio en entornos profesionales por miedo a que afectara mi desarrollo, a no ser tomado en serio, a convertirme en “el diferente”. Y aunque hemos avanzado mucho, todavía hoy muchas personas en empresas de todo el planeta siguen guardando silencio por miedo. Por eso escribo esto, no solo como profesional de RRHH, sino como alguien que conoce desde dentro lo que significa no poder ser tú mismo en el trabajo.
Vivir con orgullo nuestra identidad y orientación sexual no debería ser una cuestión de valentía, especialmente en el lugar de trabajo. Y, sin embargo, para muchas personas del colectivo LGTBIQ+, lo sigue siendo. Las empresas tienen hoy la oportunidad —y la responsabilidad— de convertirse en espacios seguros, justos y diversos. Promover la igualdad y la inclusión en el entorno laboral no es solo una cuestión de derechos humanos; es también una decisión estratégica que impacta positivamente en la cultura organizacional, la innovación y el rendimiento, algo que como director de RRHH tengo muy claro.
Por supuesto, hablar de diversidad no es una cuestión de marketing ni de cuotas. Es hablar de personas. De sus vidas, de sus historias y de su dignidad. Las empresas que hoy no entienden esto, se están quedando atrás. Porque promover la inclusión no es un “extra”; es un imperativo ético y estratégico. Las compañías que apuestan por la diversidad real generan entornos más humanos, más creativos y preparados para los retos de un mundo cambiante.
Ser inclusivos con el colectivo LGTBIQ+ no es ondear una bandera arcoíris una vez al año. Es revisar políticas internas, formar a líderes, auditar procesos de selección, escuchar con humildad y construir espacios donde nadie tenga que esconder una parte esencial de quién es. Como director de RRHH, tengo muy claro que esto no va de gestos simbólicos, sino de compromiso diario.
Hace unos días, en un foro de RRHH, quise recordar algo que algunos aún prefieren no ver: no todos partimos desde la misma línea de salida. En esta carrera que es la vida profesional, no es lo mismo ser un hombre heterosexual que una mujer lesbiana. Y si además eres una persona racializada, trans o con discapacidad, la distancia que te separa de esa meta se multiplica. La equidad empieza por reconocer estas desigualdades y actuar en consecuencia.
Personalmente, he sentido ese vértigo de preguntarme si era prudente compartir quién soy. Y he sentido también la libertad y la paz de poder hacerlo sin temor, en una empresa que, como UCI, apuesta por la autenticidad. Cuando esto ocurre, la productividad se multiplica, porque dejamos de gastar energía en escondernos para usarla en crear, colaborar y liderar.
Este mes de junio no solo celebramos el Orgullo. Celebramos que hace 20 años España se convirtió en pionera al aprobar el matrimonio igualitario, abriendo camino a muchas otras conquistas. Son derechos que transformaron nuestras vidas, nuestras familias y nuestra dignidad como ciudadanos. Pero también son logros que, en 2025, enfrentan amenazas reales.
Porque en un mundo cambiante y polarizado, no basta con haber conquistado derechos: lo verdaderamente importante es asegurarnos de que perduren. Cada derecho ganado —el matrimonio igualitario, la Ley de Identidad de Género, la protección contra la discriminación— representa años de lucha, de visibilidad, de valentía. No son privilegios, son garantías básicas que no pueden estar sujetas a vaivenes políticos o ideológicos.
En algunas regiones se están desmantelando servicios esenciales y cuestionando avances que creíamos consolidados. Lo vemos también fuera de nuestras fronteras. No es alarmismo: lo que costó décadas construir puede deshacerse en meses. Estos retrocesos son deliberados y nacen de la falsa y peligrosa idea de que nuestras identidades son un problema. No podemos permitir que nos arrebaten lo conseguido. Hoy más que nunca, defender los derechos ya conquistados es una forma de seguir avanzando.
Hoy necesitamos empresas valientes, que pasen de las palabras a los hechos. Que no usen nuestros derechos como argumento de marketing, sino como parte de su cultura real. La inclusión no es caridad ni favor. Es justicia. Es reconocer que nuestras experiencias y talentos enriquecen.
No se trata solo de mirar con orgullo el pasado. Se trata de blindar el futuro. Porque si queremos que nuestras empresas sean espacios de crecimiento, innovación y bienestar, tenemos que asegurarnos de que todas las personas, sin excepción, puedan ser quien son sin miedo.
Porque la diversidad no es una tendencia: es una realidad. Y quienes la abracen, crecerán con ella.
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