El Día Internacional del Sida, que conmemoramos cada 1 de diciembre, no es solo una fecha simbólica; es un recordatorio de que esta enfermedad continúa siendo un desafío sanitario, social y humano de primera magnitud. Aunque los avances de las últimas décadas han transformado el VIH en una condición crónica tratable para millones de personas, sería un error asumir que la batalla está ganada. Precisamente ahora, cuando el tema parece haber perdido presencia mediática y política, es cuando más necesario resulta insistir en la investigación, la memoria y el compromiso público.
En primer lugar, la investigación científica sigue siendo esencial. La meta de una cura definitiva –o incluso de una vacuna efectiva– no es una utopía, pero requiere continuidad, inversión y cooperación internacional. El virus sigue mostrando una enorme complejidad biológica, y únicamente mediante estudios sostenidos en virología, inmunología y nuevas terapias podremos avanzar hacia soluciones de largo plazo. Reducir la financiación o relegar el VIH a un segundo plano sería desperdiciar décadas de trabajo y frenar la innovación que ha salvado incontables vidas.
En segundo lugar, no podemos olvidar a las personas que viven con VIH, ni a quienes fallecieron en los años más duros de la epidemia. El estigma, lejos de desaparecer, persiste. Muchos pacientes siguen enfrentándose a discriminación laboral, sanitaria y social. Recordar significa reconocer sus derechos, garantizar su acceso a tratamientos actualizados y combatir prejuicios que todavía condicionan su calidad de vida. El Día Internacional del Sida debe servir para escuchar sus voces y visibilizar sus necesidades reales.
Por último, es imprescindible hacer un llamamiento firme: no se pueden recortar los recursos destinados a prevención y tratamiento. La educación sexual, el acceso a pruebas diagnósticas, la profilaxis preexposición (PrEP) y los programas comunitarios son herramientas probadas que evitan nuevas infecciones. Debilitar estas políticas solo conduciría a un aumento evitable de casos y desigualdades.
En 2025, el mensaje debe ser claro: no retroceder. Continuar investigando, apoyar a quienes conviven con el VIH y garantizar recursos suficientes son pilares innegociables para poner fin a la epidemia y avanzar hacia una sociedad verdaderamente libre de estigma y de desigualdad.
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