¿Como responsable de la estrategia internacional del programa de fundaciones comunitarias, cómo valoras la relevancia global del IV Encuentro en Madrid para el movimiento en España y Europa?
El IV Encuentro en Madrid representa un hito clave para el movimiento de fundaciones comunitarias en España y un punto de conexión con el contexto europeo. Es una oportunidad para visibilizar el crecimiento del modelo en nuestro país, compartir aprendizajes con colegas internacionales y reforzar alianzas estratégicas. En un momento en que la filantropía comunitaria cobra cada vez más protagonismo en la regeneración democrática y la cohesión social, este encuentro posiciona a España como un actor relevante en el ecosistema europeo.
La AEF siempre ha apostado por dar una fuerte dimensión internacional a nuestra actividad y este ha sido también el caso ahora.
El encuentro ha congregado a fundaciones comunitarias españolas, grupos promotores, pero también a representantes de fundaciones comunitarias de Portugal, Francia, Irlanda del Norte, México… Trabajamos en total conexión con nuestros colegas europeos y latinoamericanos porque perseguimos la creación de un movimiento global de fundaciones comunitarias, en las que estos actores locales, cercanos y conocedores del territorio, estén conectados internacionalmente, ya que los problemas a los que nos enfrentamos son globales y, a pesar de las especificidades locales, las FCs encuentran que tienen mucho que aprender y compartir de sus colegas de otros países.
Nuestros colegas internacionales han aportado su visión y conocimiento, en muchos casos con trayectorias más largas que parte de nuestro joven movimiento, pero también han aprendido de lo que estamos desarrollando aquí. Estos intercambios nutren a todos los participantes y, sobre todo, crean las relaciones personales e institucionales necesarias para que el movimiento avance unido y se fortalezca.
¿Qué logros destacables ha tenido el programa en sus primeras cuatro ediciones en términos de creación y consolidación de fundaciones comunitarias en España?
En estos años hemos acompañado la creación de más de una docena de iniciativas en distintas regiones, muchas de ellas ya constituidas como fundaciones comunitarias plenamente operativas.
Hemos logrado consolidar una red diversa, con enfoques adaptados a cada territorio, y hemos generado una comunidad de práctica sólida, basada en la confianza, el aprendizaje mutuo y la innovación social.
La primera fundación comunitaria se constituyó en España en 1971 y durante 34 años se constituyeron otras 4. Desde el inicio del Programa de apoyo a la constitución de fundaciones comunitarias, en poco más de 4 años se han constituido 4 y hay grupos trabajando en 6 territorios actualmente. A finales de 2026 esperamos que existan en España 15 fundaciones, lo que empezará a ponernos en línea con el desarrollo del sector en otros países de nuestro entorno.
Pero además de los números, que son importantes, es fundamental destacar las cualidades del movimiento de fundaciones comunitarias en España, que está aportando enfoques innovadores que son observados con interés tanto desde Europa como desde Latam.
Las fundaciones comunitarias españolas tienen un papel fundamental en la cohesión de las comunidades en las que trabajan, siendo artífices de verdaderos liderazgos comunitarios, en los que la filantropía se democratiza y pasa a ser un capital social que la comunidad puede utilizar para mejorar su territorio.
Las fundaciones comunitarias activan ese capital social que se crea a partir de los aportes de tiempo de muchas personas, de la identificación y movilización del talento, de la generación de conexiones y también de la aportación de dinero. Esta filantropía desafía a los modelos tradicionales más comunes en los países con mayor tradición de fundaciones comunitarias, en los que el desarrollo de capital social está menos avanzado.
¿Cómo puede el intercambio entre fundaciones consolidadas y grupos promotores fortalecer la filantropía local?
Este intercambio es fundamental. Las fundaciones consolidadas ofrecen inspiración y confianza en que realmente podemos trabajar para crear instituciones con una mirada y alcance a largo plazo. La fundación comunitaria más longeva del mundo está en EEUU y ya cumplió 100 años, pero no olvidemos que la más longeva en España ya ha cumplido 53, y eso permite a los grupos promotores pensar en dos marcos temporales: el actual, en el que hay que crear la fundación y, sobre todo, unas fuertes relaciones de confianza con la comunidad; y el largo plazo, comprendiendo cuáles serán los frutos de este trabajo inicial.
Y es precisamente esa insistencia en las relaciones de confianza y en ideas sobre cómo cultivarlas lo que constituye la base e ingrediente insustituible para fortalecer la filantropía local. El trabajo con las asociaciones, su visibilización ante posibles donantes, que encuentran en la fundación comunitaria un auténtico asesor filantrópico que comparte el conocimiento de la comunidad y del trabajo realizado por las organizaciones sociales con los donantes para ayudarles a cumplir sus objetivos filantrópicos.
Además, las fundaciones comunitarias están mostrando a los grupos promotores cómo movilizar filantropía mediante actividades que congregan a la comunidad, como los giving circles o la captación de fondos en vivo.
Aún es pronto, pero todos los datos que estamos recogiendo apuntan a cómo todas las fundaciones comunitarias están desarrollando de forma ordenada y paciente este papel de incremento de la filantropía local. Solo hay que fijarse en el papel fundamental que la Fundació Comunitaria Horta Sud ha tenido desde la Dana, con más de 17.000 donantes que han confiado en ella porque están de acuerdo en que la recuperación del territorio tras la catástrofe se realiza no solo reconstruyendo infraestructuras (muy necesarias), o edificios (también fundamentales: casas, escuelas…), sino ayudando a recuperar la vida de los pueblos afectados mediante el apoyo a las asociaciones locales, que son fundamentales: asociaciones de personas mayores, fallas, bandas de música, asociaciones juveniles…
A su vez, los grupos promotores traen energía, nuevas preguntas y una conexión fresca con sus comunidades. Esta dinámica de mentoría y co-creación fortalece el ecosistema filantrópico local y refuerza la idea de que no hay un único camino, sino múltiples formas de hacer comunidad.
¿Qué aprendizajes clave han surgido tras las crisis recientes, como la DANA, y cómo se trasladan al trabajo de las fundaciones comunitarias?
Las crisis como la DANA han puesto de relieve la importancia de contar con estructuras locales ágiles, con legitimidad social y capacidad de respuesta inmediata. Las fundaciones comunitarias han demostrado ser vehículos eficaces para canalizar solidaridad, coordinar actores y reconstruir tejido social.
El aprendizaje clave es que la resiliencia comunitaria no se improvisa: se construye con anticipación, confianza y estructuras permanentes.
Nunca antes en España habíamos contado con una fundación comunitaria en un territorio afectado por una catástrofe y, por tanto, está siendo un trabajo fundamental construir el modelo de intervención o lo que nosotros llamamos la capacidad de actuación en catástrofes.
Lo más importante ha sido el enfoque: la fundación comunitaria nunca sustituye lo que existe, sino que lo promueve y fortalece. En este caso ha sido fundamental su papel, porque muy pocos de los esfuerzos de reconstrucción y en la emergencia realizados por otros actores consideraban a las asociaciones como actor principal de la reconstrucción, y por tanto agentes que precisaban apoyo para volver a ponerse en pie. Pero no solo apoyo: las asociaciones son canales de expresión de los deseos de la población sobre cómo debe reconstruirse la comarca.
No se trata de volver a lo que existía, sino de reconstruir para afrontar de una manera diferente los desafíos climáticos y sociales a los que la comarca se enfrenta. Convertir a las asociaciones en agentes clave de esa recuperación, crear Cecopis sociales, abrir canales de participación, recoger ideas y conocimientos, y ayudar a aportar soluciones nuevas que sirvan mejor a esa nueva comarca que se quiere crear.
La fundación comunitaria juega otro papel fundamental en caso de emergencia: cuando miles de personas, fundaciones, empresas y administraciones públicas de toda España, Europa, EEUU y hasta Singapur quieren contribuir a la reconstrucción de la comarca.
Pasados 8 meses desde la catástrofe, más de 17.000 donantes han entendido que sus aportaciones multiplican su valor si, en lugar de realizarse de forma individual y atomizada, se concentran en la FC, que puede canalizar los recursos de forma ordenada. Por ejemplo, en materia de reconstrucción, con un sencillo cuestionario, en menos de 45 días después de la catástrofe, la FC Horta Sud conocía las necesidades de más de 100 asociaciones y pudo crear unos sencillos pero innovadores criterios para la entrega de fondos, con justicia y transparencia, comenzando la entrega de dinero de forma inmediata. En poco más de 3 meses, se habían canalizado más de 1,5 millones de euros a más de 300 entidades, y los donantes estaban perfectamente informados a través de la web de la FC.
Todas las aportaciones recibidas, fueran de 15 o de 15.000 euros, se han unido y han posibilitado esta acción hipereficiente, rápida y estratégica, algo impensable para quien aportaba 50 euros desde Nueva York.
¿Qué capacidades consideras cruciales para un impacto sostenible?
Hemos dedicado mucho tiempo a analizar fundaciones de todo el mundo y la literatura generada en décadas de estudio, y todo ese conocimiento lo hemos convertido en un modelo que se basa en seis capacidades esenciales:
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Saber cómo aumentar la filantropía local: implica movilizar recursos económicos, humanos y sociales dentro del propio territorio. No se trata solo de recaudar fondos, sino de fomentar una cultura de generosidad y compromiso local. Las fundaciones comunitarias deben ser capaces de identificar donantes, articular causas significativas y generar confianza para canalizar recursos hacia el bien común.
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Saber ejercer el liderazgo comunitario para producir cambio social: el liderazgo comunitario se basa en la legitimidad, la escucha activa y la capacidad de convocar. Una fundación comunitaria debe posicionarse como un referente confiable que articula esfuerzos colectivos, promueve la colaboración entre actores diversos y guía procesos de transformación social desde una visión compartida.
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Saber escuchar e involucrar a la comunidad: para comprender e identificar los activos, oportunidades, necesidades y soluciones. Esta capacidad se centra en la participación genuina. Escuchar activamente permite detectar no solo carencias, sino también fortalezas. Las fundaciones comunitarias deben facilitar diálogo, confianza y co-creación de soluciones.
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Saber reforzar las organizaciones locales: el fortalecimiento del tejido organizativo local es clave para la Sostenibilidad del cambio social. Implica brindar formación, acompañamiento, financiación o generación de redes. La fundación comunitaria actúa como catalizadora del ecosistema local.
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La capacidad que esperamos no necesitar: la respuesta filantrópica a las catástrofes: aunque no es deseable tener que activarla, esta capacidad es esencial en contextos de crisis. Las fundaciones comunitarias deben estar preparadas para actuar con rapidez, canalizar recursos de forma eficiente y coordinarse con otros actores, siempre desde una lógica de reconstrucción con enfoque comunitario.
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Saber cómo…: una capacidad específica para cada fundación comunitaria, que refleje su realidad actual. Puede ser saber cómo trabajar con juventud, cómo impulsar la economía local o cómo integrar la diversidad cultural. Es una invitación a identificar y desarrollar competencias estratégicas alineadas con su entorno.
¿De qué modo promueve AEF el fortalecimiento de conexiones internacionales, por ejemplo con ECFI, para inspirar nuevas fundaciones locales?
Desde AEF trabajamos activamente con redes como ECFI (European Community Foundation Initiative) para facilitar el intercambio de experiencias, metodologías y buenas prácticas. Organizamos visitas de estudio, promovemos la participación en encuentros europeos y traducimos aprendizajes internacionales al contexto español. Estas conexiones no solo inspiran, sino que también legitiman el modelo ante actores locales que aún lo perciben como novedoso.
Anualmente, varias fundaciones y grupos promotores participan en actividades internacionales que les permiten aprender nuevas metodologías, que luego aplican en sus comunidades y que vamos trasladando a todo el grupo. Desde el inicio del programa hemos visitado fundaciones comunitarias en Reino Unido, Rumanía, Italia, Serbia, Hungría, entre otros países. En cada visita, los participantes conocen de primera mano cómo trabajan fundaciones que son referencia en sus respectivos contextos, lo que acelera enormemente la curva de aprendizaje.
Estamos especialmente orgullosas de nuestra participación en programas europeos, como el de clima y fundaciones comunitarias, que dio lugar a la incorporación de parámetros climáticos en los programas de la Fundación Tot Raval.
La Fundación Novessendes lidera un grupo de jóvenes que trabajan en FCs de toda Europa. La Fundación Camprodón acaba de participar en una visita de estudio en la que representantes de 20 países comprobaron cómo las fundaciones comunitarias son agentes fundamentales en contextos donde se restringe el espacio para la sociedad civil.
La Fundación Novessendes, la Fundación Comunitaria Almería Abierta, la Fundación Raimat Lleida, la Fundación La Nou, la Fundación Horta Sud y la Fundación Maimona aprendieron sobre eventos de captación de fondos en vivo y ya aplican esta metodología en sus territorios.
Además, la Fundación Comunitaria Oreneta realiza actividades gracias a su colaboración con Global Challenges Local Solutions.
¿Qué papel juegan las fundaciones comunitarias como generadoras de huchas colectivas (fondos patrimoniales)?
Las huchas colectivas son una herramienta clave para la Sostenibilidad a largo plazo. Permiten a las comunidades contar con recursos propios, gestionados con transparencia y orientados al bien común. Más allá del aspecto financiero, estos fondos simbolizan un compromiso intergeneracional y una forma de empoderamiento colectivo.
Las fundaciones comunitarias son custodias de ese patrimonio social.
Es un camino que estamos recorriendo con pasos muy pequeños de momento, porque implica un cambio cultural y de paradigma, respecto a cómo la sociedad civil se dota de recursos propios que, combinados con otros, pueden impulsar transformaciones sociales.
Nadie en el sector empresarial concebiría realizar una actividad sin contar con dinero para invertir, ya que las inversiones permiten generar productos, servicios, investigar e innovar. Sin embargo, en el sector social, por una tradición arraigada de asistencialismo, el paradigma ha sido movilizar fondos para actividades que, en muchos casos, solo mitigan los efectos de sistemas defectuosos.
Esa tradición de “poner tiritas” debe transformarse en una forma de trabajar que permita cambios profundos, generadores de la transformación social que buscamos: sociedades más justas y buenas para todos.
Estamos convencidos de que la hucha común es fundamental para pasar de la tirita a la sanación, porque se trata de procesos largos que necesitan arriesgar e innovar, y eso solo es posible si se cuenta con recursos para hacerlo. Sabemos que no es un pensamiento extraño: las empresas invierten, las familias ahorran… así que es coherente con nuestros comportamientos sociales.
Lo que faltaba era la herramienta que lo hiciera posible: las fundaciones comunitarias.
¿Cómo aborda el programa el acompañamiento a los grupos promotores y cuál es la dosis de apoyo técnico, económico y formativo que se ofrece?
Nuestro enfoque es integral y personalizado. Ofrecemos acompañamiento técnico en temas clave como gobernanza, estrategia y captación de fondos; apoyo económico semilla para impulsar la actividad inicial; y formación continua a través de talleres, mentorías y espacios de intercambio.
Además, fomentamos el aprendizaje entre pares, que es una de las formas más potentes de crecimiento.
Cada grupo promotor recibe un acompañamiento adaptado a su realidad, reconociendo sus fortalezas y sus necesidades específicas.
¿Qué retos encuentras aún para que el modelo de fundación comunitaria se arraigue en comunidades con menor tradición filantrópica?
Uno de los principales retos es cultural: cambiar la percepción de que la filantropía es solo cosa de grandes donantes. También enfrentamos desafíos vinculados a la confianza en las instituciones y a la escasez de recursos en algunos territorios.
Sin embargo, cuando logramos conectar con liderazgos locales legítimos y demostrar un impacto tangible, el modelo comienza a echar raíces.
La clave está en adaptar el enfoque a cada realidad, entendiendo que cada comunidad parte de un lugar distinto y necesita soluciones a su medida.
¿Qué mensaje te gustaría trasladar a quienes asistan al IV Encuentro, especialmente a quienes están impulsando nuevas fundaciones en su territorio?
Les diría que no están solos. Que formar parte de este movimiento es una oportunidad única para transformar sus comunidades desde dentro, con visión, compromiso y esperanza.
Que cada paso cuenta, y que incluso los comienzos más modestos pueden dar lugar a grandes transformaciones.
Y, sobre todo, que confíen en la fuerza de lo colectivo: ahí reside el verdadero poder de las fundaciones comunitarias.
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