He visto a un niño y su pequeña mano
cubriendo de tristeza aquel paisaje…
comparto la impotencia que aquí traje,
no quise un souvenir de lo inhumano.
Cosecha algodón, yerba, fantasías,
en un campo labrado de injusticia,
e ingenuo, desconoce su experticia
y su mando en la siembra de utopías.
Lleva en sus párpados, el miedo o el espanto
de cargar la soledad en su mochila…
Guarda el absurdo dilema que destila
quien teniendo como idioma el esperanto,
nunca ha hallado a nadie que tomara en serio
esa lágrima nacida en cautiverio.
Que un chiquillo trabaje es un delito:
erradicar su dolor es una meta
en todos los rincones del planeta,
sin distinguir bandera, culto, mito.
Somos, unidos, el mejor escudo,
no elijamos el mutismo o la ceguera…
Cualquier muro de silencio es medianera
cada vez que alguien pronuncia: ¡yo te ayudo!