Las experiencias que vivimos cuando somos niños no se olvidan nunca. El paseo por el campo de la mano de tus abuelos, la emoción al sentir que una mariquita se posa en tu mano, o aquella tormenta que te obliga a correr bajo la lluvia. Esas primeras vivencias, sencillas y cotidianas, nos ofrecen un contacto directo con la naturaleza: nos permiten sentirla, entenderla y admirarla.
Lo difícil, quizás, es mantener esa admiración cuando pasan los años. Cuando ya no puedes contar los paseos que has dado por el campo, porque son innumerables; tampoco recuerdas la última vez que viste una mariquita, y no te percataste de que cada vez es menos frecuente encontrarlas; y las lluvias, más que un regalo, te parecen un incordio. Evitar que esto suceda pasa por mantener viva esa admiración por el planeta en el que vivimos, y conseguirlo es una cuestión de información, consciencia y educación. Una educación que este fin de curso nos obliga a reflexionar y que, otro año más, nos sugiere que cada apuesta que hacemos en clave medioambiental termina por dar fruto.
Los niños que hoy aprecian esa naturaleza quizás mañana sean indiferentes a ella. La educación que les damos puede marcar la diferencia entre que se acerquen al mundo sin interés o que lo hagan con respeto y asombro. Por ello, resulta primordial hablar de educación ambiental para poder hablar de futuro, de cómo formamos a quienes mañana decidirán el rumbo de nuestra sociedad y de cómo cada conversación, cada salida al entorno natural y cada gesto de respeto pueden convertirse en el inicio de una conciencia y un compromiso duraderos.
Este curso escolar que termina nos deja motivos para albergar esperanza. Casi 20.000 niños y niñas han aprendido a mirar el mundo desde una nueva perspectiva gracias a más de 500 docentes que han hecho de la Sostenibilidad un hilo conductor en sus aulas a través de Naturaliza, el proyecto de educación ambiental de Ecoembes. Además, por primera vez, nuestra red se ha extendido a la Educación Infantil y a la Educación Especial, abriendo la puerta a que los valores de respeto y cuidado se vivan y se enseñen desde los primeros años y para todos, sin excepción. Porque la empatía y la conexión con la naturaleza no entienden de edades ni de capacidades y se cultivan desde la experiencia, la cercanía y la inclusión.
Pero en Naturaliza no buscamos solo transmitir contenidos, sino generar vivencias que dejen huella. El simple hecho de salir a observar el entorno, investigar la calidad del agua, imaginar soluciones para un barrio más limpio, conocer los riesgos que tiene para todos abandonar residuos en la naturaleza… todo ello ayuda a entender cómo proteger la salud del planeta supone también garantizar nuestro bienestar.
Tal vez la mayor lección sea que la educación ambiental es, antes que nada, una herramienta para sentar las bases del futuro a través del pensamiento crítico, de la colaboración y de la movilización. Y, en este proceso, el profesorado juega un papel primordial: son quienes, gracias a su esfuerzo inagotable, consiguen que la sostenibilidad se viva dentro y fuera del aula. Mirar al futuro con esperanza significa confiar en la infancia, sí, pero también en la capacidad de toda la comunidad educativa para contagiar ese compromiso. Cada proyecto, cada conversación, cada pequeño gesto suma.
El mayor desafío no es solo educar a los más pequeños para que admiren y respeten la naturaleza, sino lograr que, al crecer, no pierdan nunca esa capacidad de asombro y ese compromiso. Que seamos adultos capaces de detenernos, observar y maravillarnos ante el mundo que nos rodea, respetarlo y protegerlo con la misma intensidad con la que lo descubrimos por primera vez. Este fin de curso nos recuerda que ver el mundo a través de los ojos de un niño significa, hoy más que nunca, reconciliarnos con la mirada ambiental.