“La reputación no podía construirse solo desde la comunicación, sino desde la coherencia entre lo que se decía y lo que se hacía”. Así empezó a gestarse el compromiso de Nuria F. Roma con la Responsabilidad Social, cuando trabajaba en el ámbito corporativo de una multinacional. Desde entonces, su trayectoria evolucionó hacia un enfoque centrado en los derechos humanos, la diversidad cultural y la debida diligencia, con una convicción clara: “Hoy más que nunca, la ‘S’ de los criterios ESG debía ocupar el lugar que le correspondía”.
Actualmente, Nuria lidera desde Accem el programa DIVEM, una iniciativa que acompañó a más de 500 empresas en la integración de la diversidad cultural como valor estratégico. “DIVEM demostró que una acción social basada en derechos humanos podía ser profundamente transformadora”, afirmó. Para ella, trabajar con propósito significaba conectar ética y estructura, impacto y coherencia, visión y acción. Y hacerlo desde un enfoque colaborativo, interseccional y profundamente humano.
Con motivo del 20º Aniversario de Corresponsables, destacó el papel del medio como catalizador del cambio cultural en las organizaciones: “Habían contribuido a que la RSE y la Sostenibilidad dejaran de ser un nicho para convertirse en una prioridad empresarial”. Su mirada combinó exigencia y esperanza: “La RSE no se construía en solitario. Necesitábamos alianzas reales entre empresa, administración y Tercer Sector. Solo así lograríamos una transformación duradera, con impacto social verdadero y con justicia en el centro”.
Nuria, ¿cómo surgió tu interés por la Responsabilidad Social y la Sostenibilidad, y qué hitos marcaron ese recorrido profesional hasta hoy?
Mi interés por la Responsabilidad Social surgió cuando trabajaba en el área de reputación corporativa de una multinacional. Fue en ese contexto donde comprendí que la reputación no podía construirse únicamente desde la comunicación, sino que debía estar anclada en la coherencia entre lo que se decía y lo que se hacía. Esa toma de conciencia me llevó a profundizar en el papel que las empresas podían y debían desempeñar como agentes de transformación social.
A partir de ahí, mi trayectoria profesional se orientó hacia un enfoque de Responsabilidad Social Corporativa y Empresarial y Sostenibilidad con base en los derechos humanos, donde la debida diligencia no era solo una obligación normativa, sino también una herramienta estratégica para prevenir impactos negativos, generar confianza y construir relaciones sostenibles con todos los grupos de interés.
“La diversidad cultural no puede seguir siendo la gran olvidada de las políticas de inclusión”
Uno de los ejes que más marcó mi evolución profesional fue la gestión de la diversidad cultural, una dimensión que durante mucho tiempo estuvo invisibilizada dentro de las políticas de diversidad, pero que resulta clave en un entorno empresarial global, interconectado y multicultural. La diversidad cultural no solo enriquece los equipos y mejora la toma de decisiones, sino que también fortalece la innovación, la resiliencia organizacional y la cohesión social.
En este sentido, tengo la enorme satisfacción de trabajar actualmente en el programa DIVEM, que desarrollamos desde Accem, y que representa una de las iniciativas más completas en el acompañamiento a empresas para integrar la diversidad cultural desde una perspectiva de derechos, equidad e inclusión con propósito. DIVEM no solo sensibiliza, sino que ofrece herramientas concretas para que las empresas avancen hacia modelos de gestión más equitativos, inclusivos, éticos y sostenibles, contemplando todas las dimensiones de la diversidad.
Hoy más que nunca, creo firmemente que la ‘S’ de los criterios ESG, la dimensión social, debía ocupar el lugar que le correspondía. Es la que conecta a la empresa con las personas, con sus valores y con su entorno. Y es, sin duda, la que marcará la diferencia en los modelos empresariales del futuro.
¿Cómo describirías la evolución que ha vivido la RSE desde tus comienzos hasta hoy?
Cuando comencé en este ámbito, la RSE se entendía en muchos casos como una herramienta de filantropía o de mejora reputacional. Era frecuente que se asociara únicamente a acciones puntuales, despegadas de la estrategia de negocio. Hoy, afortunadamente, hablamos de Responsabilidad Social Empresarial y de Sostenibilidad como un eje estratégico, transversal y medible.
La debida diligencia en derechos humanos pasó de ser una recomendación ética a convertirse en una exigencia normativa, lo cual considero un avance enorme. Las empresas ya no podían permitirse incoherencias: se exigía trazabilidad, transparencia, compromiso y, sobre todo, impacto real. La dimensión social de los criterios ESG ganó protagonismo y eso, en mi opinión, fue una señal muy positiva del cambio cultural que estábamos viviendo. La RSE ya no era opcional; era un requisito clave de competitividad y legitimidad.
¿Qué papel tuvo Corresponsables en tu trayectoria profesional y en el impulso colectivo de la Responsabilidad Social durante estos últimos años? ¿Qué lecciones has aprendido a lo largo de tu carrera en RSE?
Una de las grandes lecciones que me dejó este recorrido fue que la RSE y la Sostenibilidad no se construían en solitario. Requerían la colaboración activa del sector privado, el sector público y el Tercer Sector, caminando juntos hacia un objetivo común: sociedades más justas, equitativas, inclusivas y cohesionadas.
“Corresponsables ha sido clave para profesionalizar el sector y visibilizar buenas prácticas”
Corresponsables fue una referencia constante en mi camino profesional. Recuerdo especialmente los primeros Premios DIVEM, donde tuvimos la oportunidad de compartir un diálogo muy enriquecedor en torno a la importancia de visibilizar buenas prácticas en gestión de la diversidad cultural. En ese encuentro coincidimos en la necesidad de exponer a las empresas premiadas como referentes, no solo para reconocer sus esfuerzos, sino para inspirar a otras organizaciones a comprometerse con una diversidad, equidad e inclusión reales.
Desde entonces, percibí a Corresponsables como un espacio de encuentro, aprendizaje y acción conjunta. Supieron conectar a profesionales, empresas y entidades sociales con un propósito común: generar compromiso e impacto social real y positivo. Su labor fue clave para profesionalizar el sector, dar visibilidad a prácticas ejemplares y contribuir a que la Responsabilidad Social y la Sostenibilidad dejaran de ser un nicho para convertirse en una prioridad empresarial. En ese sentido, tuvieron un papel esencial en el impulso del cambio cultural que tantas personas y organizaciones estábamos promoviendo desde distintos ámbitos.
¿Qué cambios significativos has observado en esta materia desde que comenzaste?
En estos años vi avances muy relevantes que reflejan una evolución profunda en la forma de entender y aplicar la Responsabilidad Social. Por un lado, la integración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible como hoja de ruta global ofreció un marco común que permitió alinear estrategias empresariales con metas sociales y ambientales de gran alcance.
También cobró fuerza la consolidación de los criterios ESG, en particular la dimensión social, que durante mucho tiempo estuvo en segundo plano. La exigencia de debida diligencia en derechos humanos se convirtió en una demanda ineludible, y eso obligó a las organizaciones a asumir su impacto desde una perspectiva más ética y estructural.
Otro cambio importante fue la evolución del enfoque de diversidad hacia una mirada más interseccional, que reconoce que no hay una única dimensión de desigualdad. Las políticas actuales tendían, o deberían tender, a ser más integradoras, estratégicas y conectadas con el propósito de las organizaciones. Todo ello marcó un cambio de era en la forma de abordar la gestión empresarial desde un compromiso real con las personas y con la sociedad.
¿Cuáles consideras que fueron los hitos más importantes en la evolución de la RSE y la Sostenibilidad en estas dos décadas? ¿Qué factores crees que impulsaron estos cambios?
Uno de los hitos más determinantes fue la aprobación de la Agenda 2030, que no solo unificó el lenguaje global en torno a la Sostenibilidad, sino que marcó un horizonte claro y compartido para gobiernos, empresas y sociedad civil. Este marco permitió articular objetivos y medir avances de forma más coherente, y reforzó el papel estratégico de la Responsabilidad Social como herramienta para contribuir al desarrollo sostenible.
También fue clave la entrada en vigor de normativas sobre información no financiera y debida diligencia, que trasladaron la RSE desde el terreno voluntario al ámbito regulado. Esto obligó a muchas empresas a profesionalizar sus políticas e integrar estos principios en sus estructuras y procesos, lo cual representó un avance significativo en términos de coherencia y rendición de cuentas.
“DIVEM demuestra que una acción social basada en derechos humanos puede ser estratégica”
Otros momentos decisivos fueron la pandemia, que evidenció la necesidad de modelos más humanos, resilientes y solidarios, o el auge de la inversión responsable, que situó los criterios ESG en el centro de muchas decisiones estratégicas. Y, por supuesto, destaco el creciente reconocimiento de la diversidad cultural como parte del propósito empresarial. Cada vez más organizaciones incorporaron esta dimensión en sus políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión, lo que supuso un paso crucial hacia modelos más representativos y cohesionados.
DIVEM demostró que una acción social basada en los derechos humanos podía ser profundamente estratégica. Generó valor compartido y contribuyó a construir entornos laborales más justos, sostenibles y representativos de la pluralidad de la sociedad. Fue, sin duda, un ejemplo de cómo la Responsabilidad Social podía pasar del discurso a la acción estructural.
¿Cómo ves el futuro de la RSE y la Sostenibilidad? ¿Qué retos y oportunidades anticipas para las próximas dos décadas?
“El futuro será regenerativo, colaborativo y centrado en las personas”
El futuro, necesariamente, será regenerativo, colaborativo y centrado en las personas. Nos enfrentamos a retos enormes, como la crisis climática, la creciente desigualdad, los movimientos migratorios o la polarización social, que exigían respuestas urgentes, valientes y estructurales. No bastaban ya los compromisos retóricos: se necesitaba acción con propósito, basada en principios y guiada por una ética del cuidado y la corresponsabilidad.
Pero también había oportunidades. La tecnología, bien orientada, podía ser una gran aliada; el liderazgo responsable y ético podía transformar culturas organizativas desde dentro; y la debida diligencia en derechos humanos se convertiría, sin duda, en uno de los pilares más relevantes de las estrategias empresariales. La clave estaba en que la “S” de los criterios ESG ocupara de una vez el lugar central que merecía: como vínculo entre empresa y sociedad, como garante de cohesión y como motor de transformación real.
Y por último, en tu opinión, ¿qué papel crees que debían jugar las nuevas generaciones en la continuación de este legado?
Un papel absolutamente protagonista. Las nuevas generaciones llegaban con una conciencia crítica, una sensibilidad social y una capacidad de movilización que eran esenciales para afrontar los desafíos actuales y futuros. Estaban más conectadas con los valores del bien común, más exigentes con la coherencia institucional, y más comprometidas con causas globales como el cambio climático, la justicia social o los derechos humanos.
Nuestro rol debía ser acompañarlas, abrirles espacio, escuchar sus propuestas y confiar en su capacidad de liderazgo. Ellas y ellos debían continuar con ese compromiso y hacerlo evolucionar, integrando sus propias miradas, herramientas y prioridades. Porque solo así lograríamos que la Sostenibilidad y la justicia social siguieran siendo motores de transformación real. Como decía la propia Agenda 2030: para no dejar a nadie atrás.
Accede a más información responsable en nuestra biblioteca digital de publicaciones Corresponsables.