Ahora sí que sí, el verano llega a su fin y, con él, las vacaciones, los días de relax y la desconexión. Con la llegada de septiembre, arranca también el comienzo de nuevo curso escolar y, sin duda, la vuelta al cole, la adaptación a las nuevas rutinas, cambios y el reencuentro con amigos, compañeros y profesores, son hechos que siempre generan ilusión, nerviosismo en cualquier niño y en sus familias. En el caso del alumnado con neurodivergencia y discapacidad y sus familias todo esto se incrementa y aumenta la probabilidad de que estas situaciones generen mayor inseguridad, miedos, retos y desafíos que no deben pasar desapercibidos.
El cambio brusco en sus rutinas, entornos con posibles barreras físicas y no accesibles cognitivamente, mayor estimulación, los nuevos vínculos con profesores y compañeros son algunos de los desafíos a los que, de forma adicional, se enfrentan los alumnos.
Por lo tanto, es fundamental ofrecer los apoyos necesarios para proporcionarles un entorno adaptado, seguro, estable y de confianza donde el alumno pueda ir adaptándose progresivamente.
La retroalimentación y participación activa de las familias, los alumnos y centro educativo, sobre todo en los comienzos del nuevo curso, es fundamental para que la adaptación sea más progresiva y respetuosa. Esta participación, implica que el centro ofrezca el espacio para cubrir las necesidades individuales, responder a sus incertidumbres y establecer los primeros vínculos con el profesorado.
Para que esta adaptación sea segura y progresiva hay que tener en cuenta los cambios, las rutinas, espacios y los nuevos vínculos que se van a generar con compañeros y profesores. Construir entornos seguros y previsibles que aumenten la sensación de control y bienestar emocional en el alumnado es fundamental para reducir la irritabilidad, la ansiedad y la desregulación emocional.
La inclusión no se limita a la presencia física de un alumno con discapacidad en el aula. Significa ofrecer los apoyos necesarios, reconocer sus capacidades y asegurar que todos los estudiantes, independientemente de sus diferencias, se sientan parte activa de la comunidad educativa, se requiere de herramientas y metodologías que faciliten la accesibilidad cognitiva y física.
Un aula accesible y una metodología adaptada es fundamental para la inclusión de todos los alumnos. En las dinámicas del aula se transmiten a los estudiantes valores de respeto, empatía y colaboración. Por ello, adaptar los contenidos y el aprendizaje de forma personalizada serán clave para conseguirlo. Se pueden planificar clases ofreciendo diferentes formas de acceso al contenido, explicando un mismo concepto con recursos digitales o gráficos, asegurando que tanto alumno con o sin discapacidad puedan comprenderlo. También es muy importante que haya flexibilidad en la evaluación, garantizando que un alumno con discapacidad intelectual o motora pueda demostrar lo aprendido sin estar limitado por un único formato de examen. Por otro lado, trabajar con especialistas como orientadores o terapeutas será esencial para brindar el apoyo necesario adaptado a las necesidades de cada niño.
Además, apostar por una actitud y un lenguaje inclusivo y neuroafirmativo, evitando términos que patologizan o estigmatizan usando en su lugar expresiones que reflejen afirmación y aceptación, serán muy importantes para generar un ambiente de confianza y seguridad.
Por supuesto, el resto de los alumnos también juegan un papel esencial, de este modo, promover un aprendizaje cooperativo, fomentar la empatía, fomentar la visibilidad y el respeto a la diversidad humana favorecerá el establecimiento de vínculos seguros y una convivencia escolar mucho más positiva.
No obstante, a pesar de los avances y la actitud tanto del profesorado como del resto de compañeros, no podemos pasar por alto que las familias de niños con discapacidad suelen encontrarse con dificultades recurrentes al inicio del curso como, por ejemplo, las barreras físicas: desde escaleras sin rampas hasta aseos no adaptados. Falta de recursos humanos como asistentes o cuidadores que puedan brindar el apoyo requerido o las bajas expectativas a las que se enfrentan los niños con discapacidad, normalmente infravalorados en su capacidad de aprender o integrarse.
Por ello, apostar por iniciativas y fomentar valores de inclusión que demuestren que además de enriquecedora para nuestra sociedad, es imprescindible. Si queremos conseguir una sociedad más justa, más tolerante y más inclusiva, debemos entender que todos estos valores deben ser trabajados y fomentados desde los primeros años de vida de cualquier persona y, por supuesto, los colegios son el primer espacio donde los niños aprenden a convivir con la diversidad humana.
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