Ética y compasión: valores estratégicos para la empresa moderna
En la actualidad, las empresas no solo compiten por ofrecer productos y servicios de calidad, sino también por generar entornos laborales en los que las personas puedan desarrollarse de manera íntegra y plena. Cada vez más, se reconoce que la ética organizacional y la compasión no son atributos “suaves” o secundarios, sino factores estratégicos que influyen directamente en el rendimiento, la innovación y la sostenibilidad de las organizaciones.
Los trabajadores que perciben un entorno ético y compasivo tienden a mostrar comportamientos proactivos, es decir, actitudes de iniciativa, cooperación y ciudadanía organizacional que van más allá de sus responsabilidades formales. Estos comportamientos, aunque no se encuentren en los manuales de puesto, son esenciales para que las empresas alcancen sus objetivos de manera sostenible.
La cultura ética: un terreno fértil para la proactividad
El estudio longitudinal de Ruiz‐Palomino, Toro‐Arias, Rodríguez‐Córdoba y Linuesa‐Langreo (2025) [https://doi.org/10.1111/beer.70000] aporta evidencia clara en este sentido. Los investigadores evaluaron el impacto de un programa integral de formación ética en organizaciones que buscaban fortalecer sus valores internos. Los resultados mostraron que este tipo de formación no se limita a transmitir normas de conducta, sino que contribuye a construir una cultura ética sólida que impregna las decisiones y comportamientos cotidianos.
Con el tiempo, esa cultura se traduce en un aumento de la iniciativa de los trabajadores. Los empleados comienzan a proponer mejoras, a asumir responsabilidades adicionales y a colaborar activamente en beneficio de sus equipos y de la organización en su conjunto. En definitiva, la ética actúa como un catalizador de comportamientos proactivos que benefician tanto al clima laboral como a la competitividad empresarial.
La compasión como motor del comportamiento cívico
El componente humano de la compasión también ha sido objeto de atención en la investigación reciente. Zoghbi-Manrique-de-Lara, Ruiz-Palomino y Linuesa-Langreo (2023) [https://doi.org/10.1177/19389655231178267] analizaron su papel en el sector hotelero, donde el contacto humano es intenso y determinante para la experiencia de clientes y empleados. El estudio demostró que, cuando existe un alto grado de ajuste entre los valores personales de los trabajadores y los valores de la organización, los empleados están más inclinados a manifestar comportamientos de ayuda impulsados por la compasión. Este tipo de comportamientos incluyen acciones como ofrecer apoyo a compañeros en momentos de dificultad, mostrar empatía hacia clientes que atraviesan situaciones complicadas o contribuir de manera voluntaria al bienestar colectivo.
Más allá de la obligación: el valor del compromiso voluntario
Una de las conclusiones más reveladoras de estas investigaciones es que los trabajadores no solo cumplen con lo que se les exige por contrato, sino que van más allá cuando sienten que pertenecen a una organización que valora la ética y la compasión. Este compromiso voluntario tiene un valor incalculable: no se consigue con incentivos puramente económicos, sino con la creación de un clima donde los valores compartidos dan sentido al trabajo diario.
Por ejemplo, un empleado que percibe coherencia entre lo que la empresa proclama y lo que realmente practica tenderá a proponer nuevas ideas, a asumir riesgos controlados y a contribuir con entusiasmo a proyectos colectivos. Del mismo modo, en contextos donde la compasión es parte del ADN organizacional, los trabajadores estarán más dispuestos a brindar apoyo a sus colegas, incluso si ello no forma parte de sus funciones formales.
Lo que aprenden las organizaciones de estos hallazgos
Los resultados de ambos estudios ofrecen lecciones valiosas para los directivos. En primer lugar, demuestran que invertir en formación ética integral no es un gasto, sino una inversión estratégica que fortalece el capital humano y social de la organización. Al dotar a los empleados de un marco ético común, se genera un ambiente de confianza y coherencia que facilita la colaboración y la proactividad.
En segundo lugar, se pone de relieve la importancia de fomentar la compasión como valor organizacional. Las empresas que reconocen la relevancia del cuidado mutuo y la empatía construyen equipos más cohesionados, resilientes y preparados para afrontar los desafíos del mercado.
En tercer lugar, la investigación muestra que la ética y la compasión no son meras aspiraciones morales, sino fuentes de ventaja competitiva. Una cultura ética sólida y un entorno laboral compasivo generan trabajadores más proactivos, con mayor sentido de pertenencia y dispuestos a contribuir al éxito colectivo.
En conclusión, las empresas que adopten este enfoque estarán mejor preparadas para enfrentar los retos de la economía actual: no solo alcanzarán mejores resultados financieros, sino que también construirán organizaciones más humanas, sostenibles y socialmente responsables. Invertir en ética y compasión es, en última instancia, apostar por un modelo de empresa que combina la competitividad con el bienestar de las personas. Y ese es, quizás, el mayor reto y la mayor oportunidad de las organizaciones del siglo XXI.
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