El libro “Liderazgo, reputación y conciencia” analiza la conciencia social y los liderazgos éticos en España. ¿Qué principales conclusiones destacaría sobre el estado actual y de su evolución en estos años de polarización y desinformación?
El balance general no es positivo, pero es cierto que se observan elementos esperanzadores. Vamos por orden. El liderazgo actual es, siendo amable, tímido. Quiero decir, tiende a no exponerse. Se basa específicamente en la potestad que le confiere el cargo, pero la autoridad moral es relegada a un segundo o tercer término. Los directivos actuales tienen más miedo a equivocarse que a hacer lo correcto. Eso involuciona todo el tejido social y comunicativo. Favorece el no decir. Peor aún, el no hacer. En tiempos de vértigo la pausa es buena si se torna en reflexión, pero si sólo refleja una permanente contemporización, evoluciona de manera peligrosa a inacción o a dejación de funciones. Esto se refleja en la reputación. En el pasado, un constructo muy sólido y hoy un valor especulativo que sube y baja a golpe de clic.
En la actualidad la reputación, como la sociedad, ya no es sólida, ni siquiera líquida, es tan liviana que resulta gaseosa. Finalmente, queda la conciencia social. En un entorno dominado por liderazgos poco éticos, donde la reputación se construye sobre medias verdades o mentiras totales, nuestra investigación desvela el conflicto de conciencia que existe entre el individuo y la sociedad. Mayoritariamente el individuo afirma que su brújula moral funciona a la perfección, sin embargo, cuando se requiere su opinión sobre cómo ve la conciencia social, su respuesta es diametralmente opuesta. Esta falta de autocrítica es, para mí, el primer indicio objetivo de cómo la denominada sociedad del conocimiento con la que comenzamos el siglo ha ido mutando hacia una sociedad de la soberbia. Somos una sociedad de cuñados.
En su opinión, ¿qué caracteriza a un liderazgo verdaderamente ético hoy? ¿Qué ejemplos o tendencias ha identificado que inspiren confianza y reputación en este contexto tan complejo?
En primer lugar, un liderazgo verdaderamente ético no puede caer en la polarización. Esta visión dual y simplista de la realidad nos está embruteciendo a todos. Y no hay coaching que lo pare. Siempre digo que después de 20 o 30 años de coaching estamos peor que nunca en materia de liderazgo. No tengo nada contra el coaching o contra los coach. Creo que sus contenidos y sus aportaciones mantienen toda su vigencia. No lo veo tan claro desde una perspectiva de enfoque general. Insistimos en interpretar el liderazgo como una medicina de tratamiento individual y el resultado es que tenemos tantos líderes potenciales que se diluyen en lo insustancial.
Creo que la revolución tecnológica, con todas sus luces y sombras, propone un terreno de juego diferente. Hablo de la sociedad que piensa y que actúa. La ciudadanía que delega su soberanía (esto es básico recordarlo) en la famosa separación de poderes de Montesquieu. La tentación de definirnos como rebaño siempre está ahí, un rebaño que precisa de líderes que velen por ellos, una suerte de actualización cutre del despotismo ilustrado. Y los brotes verdes están ahí, en la comunidad que se ayuda, que se pronuncia, que demanda su espacio. No cada cuatro años en procesos electorales. En democracia, lo de “una persona, un voto” aplica todos los días.
La investigación apunta a que la conciencia social existe, pero la acción es limitada. ¿Cómo pueden las empresas, los medios o las instituciones ayudar a transformar esa conciencia en participación real y sostenida?
La conciencia social existe, claro que sí, pero en estos momentos está más amenazada por el individualismo ácrata que cuestiona el sistema que por la inacción social. La sociedad tiene una opinión formada sobre lo que está pasando a su alrededor más sólida de lo que presuponemos. El error reside en interpretar que la falta de acción es sinónimo de falta de opinión. La sociedad sabe perfectamente qué es un genocidio. Nuestros referentes de liderazgo muestran demasiadas dudas al respecto. Creo que es tarea de todos llamar a las cosas por su nombre y convertir atajos de la mentira en callejones sin salida. Y a las empresas, medios e instituciones les falta mucho recorrido por transitar. Nuestra investigación revela que los colectivos a los que se les atribuye liderazgos menos éticos son, por este orden: políticos, periodistas, empresarios, religiosos y jueces. Están todos. Por el contrario, los tres más valorados son: trabajadores de ONGes, el ciudadano de a pie y los maestros. El corte me parece significativo y es más que un simple aviso a navegantes. La democracia está bajo amenaza y la sociedad no confía en los referentes tradicionales. Pero, insisto, su aparente falta de acción no significa que no piense y que ese pensamiento no sea el preámbulo de la acción. Algo que, por el momento, no me atrevo a calificar ni de bueno, ni de malo.
Desde Torres y Carrera llevan años trabajando la reputación desde una perspectiva de propósito y responsabilidad. ¿Cómo se traduce esa visión en su propia gestión empresarial y en el trabajo con sus clientes?
Trabajamos en la reputación sin pensar en ella. Desde que concebimos la empresa tuvimos presente que queríamos avanzar en tres sendas. En la profesional, actualizando nuestro conocimiento a través de una investigación que siempre tuviera aprovechamiento para el cliente. En lo social, trabajando con el cliente en mejorar en el entorno en el que se opera, uno no puede ser excelente, si su entorno no lo es. En lo personal, trabajando para vivir, conscientes de que la vida plena pasa por la empatía, el compromiso, la solidaridad. Y para eso creamos, casi en paralelo a la firma, la Fundación Alba Torres Carrera. Pensando en la memoria de nuestra hija y en el futuro de todos los niños a los que ayudamos.
Para finalizar, ¿qué mensaje le gustaría trasladar a los lectores de Corresponsables sobre el papel de la comunicación y del liderazgo consciente en la construcción de una sociedad más ética y cohesionada?
Me gustaría reivindicar la humildad, la duda, el compromiso. La sociedad de la posverdad nos ha llevado a este escenario de soberbia en el que vivimos y en el que nos enfrentamos. Hemos dejado que la ideología en su faceta más tosca haga las veces de razón y la razón no es eso. Son hechos y datos, no deseos ni opiniones. Creo que la sociedad tiene un papel fundamental en la defensa del sistema democrático. Por eso me preocupa la insidia que oculta el “pueblo salva al pueblo”. Es cierto que vivimos en comunidad y que la comunidad ha dado todas las muestras precisas de generosidad y entrega. Lo que no es cierto es que el sistema sea nuestro enemigo porque nosotros somos el sistema. Por momentos parece que lo olvidamos, pero lo cierto es que, en democracia, nosotros somos la ciudadanía soberana. La soberanía sobre la que se asienta el sistema nos pertenece a todos, a cada uno. Esto para mí es el eje de lucha por una democracia más ética y cohesionada. No somos un rebaño en busca de un buen pastor, sino un grupo de individuos con capacidad para decir, escuchar y actuar. Comunicación. Humildad.
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