Albert Gimó, Belén Luengo, Gonzalo Plaza y Júlia Laguna son 4 de los 100 estudiantes que han recibido una beca de la Fundación ”la Caixa” para cursar estudios de posgrado en el extranjero. Aun procediendo de disciplinas tan diversas como la biomedicina, las matemáticas, la astronomía y la ética aplicada, les une un mismo propósito: desarrollar una inteligencia artificial hecha por y para humanos, orientada al bien común.
Denominar como meteórica la irrupción de la inteligencia artificial (IA) no es ninguna hipérbole. En apenas unos años y a una velocidad difícil de digerir, esta tecnología ha pasado de los márgenes académicos al centro de nuestra vida cotidiana, copando titulares, despertando pasiones y también levantando asperezas. Del mismo modo que ha propulsado la imaginación colectiva, ha acabado desatando algunos de sus temores más profundos.
Lo que comenzó como promesa de una nueva era —más eficiente, más interconectada, más sabia— ha mutado, en el imaginario popular, en la antesala de un colapso. Pero entre el ruido, la neurosis y el asombro surgen otras voces. Jóvenes, brillantes, comprometidas. Mentes que observan la IA no como un fin, sino como una herramienta con un potencial todavía inconmensurable, dependiendo de aquello que motive su despliegue.
«No basta con no tener mala fe, hay que pensar activamente en los efectos»
«Siempre me han gustado las matemáticas», cuenta Albert Gimó (2001), quien descubrió su vocación por los juegos de lógica y los problemas de álgebra durante su infancia. La afición que compartía por las tardes con su padre acabaría marcando el rumbo de sus estudios.
Hoy, gracias a la beca de posgrado en el extranjero de la Fundación ”la Caixa”, cursa un máster en Matemáticas, Visión y Aprendizaje en la Université Paris-Saclay (Francia), con gran interés por la alineación de sistemas de IA con los valores humanos. El objetivo de su investigación yace en evitar o mitigar los efectos adversos que se derivan de entrenar estos algoritmos con datos sesgados.
Albert Gimó Contreras cursará un Máster MVA (Matemáticas, Visión, Aprendizaje) en la Université Paris-Saclay
Buena parte de sus esfuerzos se centran en los modelos de lenguaje de gran escala, como ChatGPT, cuyo entrenamiento —explica— se divide en dos fases: una primera, no supervisada, en la que el modelo aprende patrones lingüísticos a partir de enormes volúmenes de datos, y una segunda, donde se intenta que ajuste sus respuestas a valores o preferencias humanas. Es en este punto donde emerge uno de los grandes retos: «Es complicado poner números o hacer rankings para comunicar al modelo lo que para nosotros es intuitivo. Tenemos una cierta noción de cuándo nos resulta útil una respuesta, pero cuesta traducirlo a una métrica».
Más que confiar en la buena voluntad de quienes diseñan estos sistemas, Albert abogó por una actitud consciente y activa frente al desarrollo tecnológico: «No basta solo con no tener mala fe, hay que pensar activamente en los efectos». Solo así, consideró, se podría maximizar su impacto positivo.
Con un enfoque a caballo entre lo técnico y lo humano, Albert advirtió del peligro de investigar sin tener en cuenta a quién afectan los desarrollos. «Es fácil perderse en el ciclo [vicioso] de publicar artículos, hallar nuevos métodos, participar en conferencias… y olvidar el impacto de nuestro trabajo sobre la gente». Por ello, apostó por una IA en la que las decisiones técnicas se apoyen también en saberes filosóficos o psicológicos. Sin esa mirada integral, dijo, el riesgo de desconexión con el mundo real era «demasiado alto».
Belén Luengo Palomino cursará un Máster en Ética Aplicada y Política en la Duke University (Estados Unidos)
«Tenemos que preguntarnos qué sociedad queremos construir»
La fascinación de Belén Luengo (2001) por la tecnología no solo fue fruto de una vocación intelectual: nació también de la experiencia vital. «Mi hermano tiene una discapacidad severa y de niña soñaba con ser médica para poder curarlo», recordó. El tiempo y los estudios —Derecho y Estudios Internacionales en la Universidad Carlos III de Madrid— la llevaron por otros caminos, pero nunca abandonó su pronta inquietud científica: «Mi héroe era Eduard Punset».
Hoy se preparó ilusionada para estudiar, gracias a la beca de la Fundación ”la Caixa”, un máster en Ética Aplicada y Políticas Públicas en la Duke University (EE. UU.), con un enfoque en el desarrollo de tecnologías que promueven la equidad y el empoderamiento de comunidades tradicionalmente marginadas y personas con discapacidad.
Colabora con The NeuroRights Foundation, donde trabaja en la defensa de los derechos mentales ante el auge de las neurotecnologías. «Uno de los usos habituales de la IA en este campo es su aplicación en interfaces cerebro-computadora para permitir recuperar habilidades comunicativas, por ejemplo, a las personas con ELA. Es algo que puede cambiarte la vida, pues ayuda a paliar el síndrome del encerramiento», detalló.
Cree firmemente que la tecnología no es neutral; por contra, refleja las prioridades humanas: «Desgraciadamente, en el mundo hay gente con buenas y malas intenciones, y la IA es un catalizador de ello». Tanto avance frenético, comentó, «nos obliga a estar constantemente replanteándonos qué sociedad queremos construir y hacia dónde queremos avanzar». La clave, sostuvo con optimismo, está en volver a colocar la filosofía en el centro antes de que la velocidad decida por nosotros.
«Vamos a hacerle la vida más fácil al médico»
Gonzalo Plaza Arriola realizará un Máster en Inteligencia Artificial aplicada a Biomedicina y Asistencia Sanitaria en la University College London
Desde el inicio de sus estudios en Ingeniería Biomédica, Gonzalo Plaza (2002) tuvo claro que su camino profesional estaría vinculado a la salud. La IA apareció como un instrumento que, además de una revolución digital, traía consigo infinitas posibilidades clínicas. Gracias a la beca de la Fundación ”la Caixa” para estudios de posgrado en el extranjero, cursó un máster en Inteligencia Artificial Aplicada a la Biomedicina y la Asistencia Sanitaria en el University College de Londres (Reino Unido) y colaboró con el centro pediátrico Great Ormond Street Hospital en proyectos que integran modelos de IA en entornos clínicos sensibles.
La neuroingeniería, donde la IA permite detectar patrones en señales cerebrales que resultan invisibles al ojo humano, es uno de sus principales intereses: «Sentí un flechazo. ¿Cómo puede ser que de la materia surja nuestro pensamiento?». Lo que más le entusiasmó fue su potencial para humanizar la medicina automatizando tareas repetitivas para devolverle tiempo y presencia al médico. «¿Cuántas veces hemos ido a consulta y hemos tenido un minuto para contar lo que nos pasa mientras el médico teclea en el ordenador? Su trabajo no es rellenar una ficha, sino escuchar al paciente», reivindicó. «Vamos a hacerle la vida más fácil».
Para Gonzalo, la IA debe ser una herramienta de apoyo clínico, no un sustituto del juicio humano. De ahí su insistencia en que el personal sanitario entienda cómo funcionan los modelos y qué significan realmente sus salidas. «No es un ente responsable ni ética ni jurídicamente. No razona en el sentido en que nosotros lo entendemos», explicó. Le preocupa tanto el mal uso como el desperdicio de su potencial: hospitales sin sistemas interoperables, datos desordenados, información médica desaprovechada. «Una IA de calidad solo puede construirse con datos de calidad. Y esos datos están ahí. Solo hay que saber ordenarlos».
«La única manera de sacar provecho de los datos astronómicos es con IA»
Júlia Laguna I Miralles hará un Doctorado en Astronomía en la University of Cambridge (Reino Unido)
Desde pequeña, Júlia Laguna (2000) se sintió atraída por el universo. Literalmente. Los documentales de cosmología que veía con sus padres le despertaron una fascinación temprana que fue tomando forma en el doble grado de Física y Matemáticas, y que hoy la lleva a estudiar, con el apoyo de la beca de la Fundación ”la Caixa”, un doctorado en Astronomía en la Cambridge University. Su campo de investigación, lejos de la imagen romántica del telescopio, está lleno de códigos, algoritmos y volúmenes descomunales de información.
Trabaja con objetos cuasiestelares —fuentes de luz intensísima en el centro de galaxias lejanas— para comprender mejor la evolución del cosmos. En este contexto, la IA no es un complemento, sino una necesidad. «La nueva generación de telescopios generará cantidades astronómicas de datos. La única manera de aprovecharlos es con IA», afirmó. Lo que antes se analizaba a escala humana hoy solo puede abordarse con modelos automatizados capaces de detectar patrones complejos en tiempo real.
Sin embargo, Júlia es crítica con el entusiasmo desmedido que orbita el sector. Apostó por modelos más simples, interpretables y fiables: «Es fácil dejarse llevar por las nuevas tendencias», advirtió, «pero hay que priorizar aquellas que entendemos mejor para poder explicar los resultados». Aunque confía en el beneficio que estas tecnologías pueden desbloquear, no olvida sus riesgos. «Como toda revolución, la IA arrastra desventajas. Mientras se utilice con cabeza, irá bien. El problema es que tal vez no veamos sus efectos negativos hasta dentro de diez años y, para entonces, puede que ya sea tarde».
Más que poner en funcionamiento técnicas pioneras, el reto para minimizar las posibles consecuencias que puedan desencadenarse es comunicar su utilidad al conjunto de la población con honestidad. «Generar confianza es clave», subrayó. Porque, si bien su investigación apunta al cielo, su convicción es muy terrenal: el conocimiento, cuando se comparte, también puede mejorar la vida aquí abajo.
El impulso de una comunidad
Además del apoyo económico, recibir una beca de la Fundación ”la Caixa” ha supuesto para estos cuatro jóvenes un punto de inflexión vital. «Es un voto de confianza», expresó Albert, mientras que Júlia confesó que fue «lo último que necesitaba para poder empezar el doctorado». Para Belén y Gonzalo, lo más emocionante fue «la red de personas fascinantes» que estaban construyendo, una comunidad diversa que crece año tras año y que, como ellos, cree en una IA pensada para avanzar y cuidar.
En la edición 2024 de las becas de posgrado en el extranjero de la Fundación ”la Caixa” se recibieron 1.045 solicitudes elegibles para optar a una de las 100 becas disponibles, otorgadas mediante un riguroso proceso de selección que incluyó evaluación por expertos y entrevistas personales. Desde el inicio del programa en el año 1982 hasta la convocatoria del año 2024, la Fundación ”la Caixa” ha destinado una inversión acumulada de más de 219 millones de euros a la formación en el extranjero de 3.977 estudiantes.
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