No es habitual encontrar empresas pertenecientes a la industria pesada, clásica, entre los listados de empresas acreditadas como B Corp. Bajo este concepto hacemos referencia a sectores como la siderurgia, el cristal y cerámica, el cemento, el papel y el cartón. Precisamente a este último ámbito pertenece LC Paper, empresa familiar que recientemente ha completado el relevo a la quinta generación – la mía, y que actualmente dirijo. No en vano, B Corp es un sello de excelencia, de liderazgo: en lo ambiental se esperan unas emisiones de GEH particularmente bajas, en lo social da por sentada una presencia femenina amplia a todos los niveles y una política de inclusión extraordinaria. Un fabricante de papel lo tiene francamente difícil, al ser – igual que el resto de industria clásica – sectores intensivos en energía, masculinizados, consumidores de recursos. Sin embargo, pocas cosas estamos menos dispuestos a renunciar que el papel y derivados, y de forma muy especial algunas categorías como las bolsas de papel o el papel higiénico y de cocina, precisamente los verticales que trabajamos en LC Paper. Es por ello que no sería una buena noticia darlo por perdido, considerar que inexorablemente tendrán impactos negativos sobre nuestro entorno que tendremos que tolerar. En realidad no es así.
LC Paper, por su naturaleza de empresa familiar que la mayor parte de sus 144 años de historia ha sido de dimensión pequeña y humilde, ha vivido unas cuantas crisis. Una de las mayores tuvo lugar en la transición de la tercera a cuarta generación, que implicó un concurso de acreedores y prácticamente empezar de cero, algo titánico en un tipo de industria donde las enormes y carísimas máquinas son un elemento imprescindible. Este contexto de severas limitaciones económicas requirió replantear el proceso productivo midiendo los costes con lupa y aplicando creatividad ingenieril para reducir todos y cada uno de los consumos. ¿Podemos hacer algo para consumir menos electricidad? ¿Y para recuperar el vapor y reutilizarlo? ¿Cómo bajamos el consumo de agua aún más? Estas preguntas formaron parte del día a día de la empresa durante los años 90 y principios de los 2000. En aquellos años no estaba en la agenda pública la actual preocupación por los impactos industriales, de modo que en muchas ocasiones no había soluciones establecidas: hubo que modificar procesos con imaginación, diseñar piezas internamente y fabricarlas en talleres de la zona (algo que también contribuía al ahorro de costes), registrar patentes de proceso productivo y, en definitiva, ver el sector de forma distinta, una forma de entenderlo que hemos etiquetado como “frugalidad”.
Estos planteamientos fueron suficientes para sacar adelante la empresa. Cuando la situación económica hubiera permitido volver a los estándares más habituales del sector, ya ganaban peso las voces críticas que ponían el foco en medir y reducir los impactos, algo que en nuestra línea histórica se vivió como una continuidad: se siguieron desarrollando procesos que maximizaran el rendimiento de las fibras recicladas, que son finitas. Donde no se llega con fibras recicladas, escogemos bosques gestionados por auditorías independientes, como FSC, y colaboramos con fabricantes de celulosa de proximidad para adaptar las fichas técnicas de la materia prima y permitir que su producción genere menos emisiones, como hicimos con el fabricante español Ence. Apostamos por las fibras sin blanquear. Implementamos soluciones energéticas renovables y de kilómetro cero: desde un parque fotovoltaico de autoconsumo (el mayor de la provincia) hasta una caldera de biomasa que funciona con los residuos de la limpieza forestal, tan importante para prevenir la propagación de incendios.
Damos una segunda vida a los residuos orgánicos de las industrias cárnicas que nos rodean en forma de biometano. Desarrollamos formatos de ‘packaging’ que permiten apilar mejor los productos, usando menos camiones para transportar lo mismo. Y, cuando el destino lo permite, priorizamos el transporte multimodal: tren electrificado en su mayor parte, y camión para la última milla.
Pero todo ello no deja de ser, adaptado a los desarrollos tecnológicos recientes, otra aplicación del principio de frugalidad, que tan útil era para el ahorro de costes en los momentos más duros. Es cierto: una apuesta decidida por la sostenibilidad, lejos de arruinarnos, nos ayuda a ser más competitivos. Pero para cristalizar este camino es imprescindible que estos mayores estándares que impulsamos desde Occidente y desde Europa en particular no solo sean una autoexigencia, sino también un umbral sobre el cual evaluar lo que importamos: una vez allanado el terreno de juego y subido el nivel de exigencia hacia adentro y hacia afuera, la sostenibilidad y competitividad de nuestra industria pueden brillar.
Esta entrevista forma parte del Dosier Corresponsables: B Corp – Empresas con Propósito