El 26 de julio se conmemora el Día Mundial de los Abuelos.
Si nos detenemos a pensar en el fenómeno del envejecimiento poblacional, algo que, sin duda, nos afectará a todos, comprenderemos que el acompañamiento y la inclusión de nuestros mayores es un tema de gran relevancia.
Contar con espacios de reflexión y autoconocimiento, con vínculos saludables, con un propósito, con afectos y, en especial, con sueños por cumplir, es absolutamente necesario hasta el último respiro.
Lo compruebo, día a día, en los talleres de diálogo intergeneracional y proyecto de vida que coordino desde el año 2000 en diversos ámbitos; en algunos casos, como parte de las acciones de RSE y offboarding.
Escribí este microcuento, con gratitud hacia ellos, como un modo de recordar y recordarles que nuestros mayores no sólo necesitan, y merecen, ser escuchados o valorados, también tienen muchísimo para enseñarnos.
De insomnio, caricias y reminiscencias
Todas las noches, excepto las de luna llena, la abuela se sienta en la cama para esperar al insomnio. Casi siempre, quien aparece con una insistencia feroz, es su asma… al que ella prefiere llamar fatiga. Sus nietos sospechan que la luna no tiene la culpa y que esos ataques no son más que recuerdos que le han quedado atragantados. Sin embargo, por pudor o por pereza, se hacen los distraídos y sólo le alcanzan un vasito de agua sin preguntarle nada. Hoy es cuarto menguante. Cuando llega el ahogo, deciden acariciarle la espalda con ternura… y escucharla. Ella tose y tose remembranzas y, para su sorpresa, aquel deseado sueño plácido, profundo y reparador la alcanza apenas termina de contar la primera mitad de su nostalgia.
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