Recuerdo la tarde en que llegué a Anceu, una pequeña aldea gallega de apenas cien habitantes. La cita no era una reunión de comité ni un evento corporativo, sino la daily de los Hacker Days: veinte personas sentadas en círculo, café en mano, dispuestas a construir en una semana una solución a un problema tan cotidiano como invisible: la gestión comunitaria del agua.
En muchos pueblos de Galicia, este servicio no lo lleva ninguna empresa externa, sino vecinos que dedican horas de su vida, sin retribución, a asegurar que el agua llegue limpia a cada casa. En Anceu, dos de las guardianas son Rosabel y Olga, vecinas que invierten más de 400 horas al año leyendo contadores, anotando consumos y comprobando depósitos. Todo lo registran a mano en cuadernos que llaman, con humor, “los libros gordos de Petete”. Ese esfuerzo mantiene el coste del agua en apenas 85 euros al año por vivienda, pero depende exclusivamente de su memoria y voluntad. ¿Qué pasará cuando ellas no puedan seguir?
Ese es el tipo de pregunta que Rural Hackers se empeña en responder. Desde hace años, en SiteGround apoyamos sus iniciativas porque creemos que la tecnología no debe ser un lujo urbano, sino una herramienta para cerrar brechas y revitalizar la vida en el rural. Así nació nuestra colaboración en estos Hacker Days: no solo como patrocinadores, sino como parte del equipo que se arremangó para pensar, diseñar y difundir la solución.
Durante una semana, un grupo diverso —desarrolladores, diseñadores UX, mediadores, expertos en sostenibilidad y comunicación— trabajamos codo con codo con los vecinos. A nuestro lado estaban organizaciones como Viko, Teimas, ElevenYellow, Next Digital, Anceu Coliving y la alianza Vivaces. Entre todos construimos Punto de Agua, una plataforma digital de código abierto y replicable que busca devolver tiempo y tranquilidad a comunidades como la de Anceu.
La solución se estructuró en tres bloques muy claros:
- Registro integral, para digitalizar incidencias, analíticas de calidad, consumos y proveedores en un único sistema.
- Calendario de mantenimiento, con recordatorios automáticos de analíticas, reparaciones e informes.
- Repositorio documental, que guarda actas, planos y concesiones, garantizando que el conocimiento se transmita sin depender de una sola persona.
Nada de esto habría sido posible sin la cocreación directa con las vecinas. Recuerdo a Olga desplegando sus cuadernos, mientras el equipo de UX tomaba notas y adaptaba pantallas para que fueran fáciles de usar incluso en un móvil básico. O las largas conversaciones con Rosabel, que nos enseñaban que detrás de cada dato había una preocupación muy humana: que no falte agua, que no haya sanciones, que la carga no recaiga siempre en los mismos hombros.
El ritmo fue intenso. Algunos entregaban código a las tres de la madrugada; otros producían contenidos para contar la historia; yo, menos hábil en lo técnico, escribía notas y artículos para asegurar que todo este esfuerzo tenga la visibilidad que merece. Porque de poco sirve un gran prototipo si no se convierte en una herramienta viva, adoptada y replicada en otras aldeas.
El último día presentamos un prototipo funcional y, sobre todo, liberamos el código en abierto. La emoción fue palpable: una semana bastó para crear lo que a muchas startups les llevaría meses. No era perfecto, pero sí suficiente para demostrar que se puede pasar del papel a la nube sin perder lo comunitario. Y que lo digital puede ser ético, sostenible y profundamente humano.
Hubo una fiesta en la plaza del pueblo para celebrarlo. Veías a desarrolladores bailando con abuelas, a directivos de empresas hablando con agricultores. Yo me quedo con una frase de Olga: “Nunca pensé ver un ordenador ayudándome con el agua; ahora duermo más tranquila sabiendo que esto quedará para quien venga”.
Esa frase resume por qué creemos que proyectos como Punto de Agua importan. Porque más allá de la tecnología, se trata de garantizar continuidad y dignidad a los modelos comunitarios que sostienen la vida en el rural. Y porque nos recuerdan que las empresas tecnológicas no debemos limitarnos a enviar cheques, sino involucrarnos activamente en causas con impacto real.
En SiteGround sabemos que nuestra contribución es una pieza más de un puzle mayor, pero experiencias como esta nos enseñan que cuando se alinean empresas, comunidades y valores éticos, el resultado es poderoso. La innovación no está en un laboratorio, sino en una aldea que decide organizarse para cuidar lo suyo.
Me llevo de Anceu la certeza de que la tecnología con propósito no solo resuelve problemas: también construye comunidad y esperanza. Y me llevo la convicción de que como empresa podemos crecer al mismo tiempo que devolvemos valor a la sociedad. Ojalá más compañías se animen a salir de la oficina, pisar el barro y hackear juntos los retos del mundo real.
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