Cuando pienso en mi vida, no puedo separar al Sergio persona del Sergio deportista. Ambos conviven, se complementan y, en muchas ocasiones, uno ha sostenido al otro en los momentos más difíciles. Por eso quiero compartir una parte que pocas veces se ve en el deporte: la salud mental.
Mi historia comienza mucho antes de mis títulos, antes de subir a un podio o vestir los colores de la selección. Fue en el año 2001, después del accidente que cambió para siempre mi manera de moverme por el mundo, cuando entendí que la fortaleza mental sería tan importante como la física. Ese año nació el Sergio que aprendió a reinventarse.
Tras mi accidente, atravesé momentos de oscuridad. El cambio de vida fue drástico y exigió una enorme capacidad de adaptación. No fue fácil aceptar la nueva realidad. Aprendí a dar espacio a la tristeza, la frustración y la rabia, a pasar mi propio duelo, pero también a transformarlas en combustible para avanzar.
En 2023 viví lo que yo llamo “mi crisis” o, mejor dicho, un desequilibrio emocional. Fue un cúmulo de emociones que ya venía arrastrando desde la situación excepcional que nos tocó vivir como fue la pandemia del covid-19.
La pandemia dejó huella en mi vida deportiva y personal. El aplazamiento de los Juegos de Tokio y su posterior celebración bajo medidas extraordinarias, sin público y con un ambiente completamente distinto al soñado, impactaron mi salud mental. Aun así, logré convertirme en campeón olímpico, un sueño cumplido en medio de la incertidumbre. Sin embargo, los años posteriores no fueron fáciles: en 2022 y 2023 viví con el miedo constante al contagio antes de una competición importante, con la sensación de que todo el esfuerzo de un año podía desvanecerse de un día para otro.
Esa tensión me acompañaba en cada entrenamiento y cada viaje, generando una presión extra que iba más allá de lo físico: era la lucha contra la incertidumbre y el temor de que todo el esfuerzo se desvaneciera en un instante. Esa presión terminó llevándome a una crisis emocional.
2023 fue un año en el que me sentí vulnerable, desbordado por situaciones que me costaba gestionar. En medio de ese torbellino, logré ser campeón del mundo, pero no porque estuviera en mi mejor momento interior, sino porque aprendí a sostenerme incluso en la tormenta. Esa contradicción me hizo reflexionar: no basta con entrenar el cuerpo, también hay que entrenar la mente, y busqué ayuda.
Un año después, en París 2024, nuevamente conseguí convertirme en campeón olímpico. Ese triunfo no fue solo deportivo, también fue humano. Representó el cierre de un ciclo en el que la resiliencia, la gestión emocional y la ayuda profesional fueron mis verdaderas medallas.
¿Cómo gestiono mis emociones? No existe una receta mágica, pero sí he encontrado caminos que me funcionan y que quiero compartir:
La comunicación: expresar lo que siento es fundamental. Aprendí que callar lo que me duele no me hace más fuerte; al contrario, me debilita. Hablar con mi entorno, mi esposa, con mi familia, con mis amigos, me libera y me ayuda a ordenar mis pensamientos.
El apoyo profesional: tengo la suerte de contar con un psicólogo personal, que me trata primero como persona y después como deportista. Esa diferencia es esencial, me recuerda que soy Sergio, con mis emociones, mis dudas y mis ilusiones. Ese enfoque humano ha sido clave para mantener mi equilibrio.
Aceptar mis límites: la salud mental también se basa en reconocer que no siempre estamos bien. Y no pasa nada. Se trata de aceptar que sentir miedo, tristeza o frustración es normal. Lo importante es no quedarse atrapado ahí.
El deporte como terapia: aunque pueda parecer una contradicción, el mismo deporte que me exige tanto es también mi refugio. Entrenar me ayuda a canalizar la energía, a transformar la ansiedad en movimiento y la frustración en motivación.
La resiliencia aprendida: cada caída en mi vida ha sido una lección. No se trata de evitar los golpes, sino de aprender a levantarse con más herramientas y mayor autoconocimiento.
Las medallas brillan, pero detrás de cada una hay un camino lleno de silencios, miedos y aprendizajes.
Si algo me enseñó 2023 es que no hay medalla que compense perderse a uno mismo por el camino. El verdadero triunfo está en aprender a gestionar las emociones y en no olvidar que antes de cualquier rol o etiqueta, somos personas.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de la Salud Mental

