El Día Mundial del Medio Ambiente nos brinda la oportunidad de dejar atrás discursos apocalípticos y centrarnos en lo que realmente impulsa el cambio: la regeneración. Una regeneración entendida como un proceso activo y sistémico que va más allá de “restaurar lo que se ha perdido” y que implica diseñar, escalar y financiar soluciones que recuperen las funciones ecológicas de un territorio, generando al mismo tiempo valor económico inclusivo y fortaleciendo el bienestar social.
En el Mediterráneo, una de las regiones más biodiversas y, al mismo tiempo, vulnerables de Europa, la regeneración no es un lujo ambiental: es una necesidad económica y social. Hablar de capital natural implica reconocer bosques, suelos agrícolas, cuencas hídricas y zonas litorales como infraestructuras vivas, fundamentales para la producción de alimentos, la generación de agua, la protección contra incendios o la actividad turística. Cuando estos sistemas se degradan, también lo hace la competitividad de la región: se pierden cosechas, aumentan los costes de mitigación de riesgos, se intensifica la desconexión urbano-rural y se fragmentan las cadenas de valor. Redefinir la relación con estos activos no significa renunciar a la prosperidad, sino reorientarla hacia un modelo donde naturaleza y economía se alimenten mutuamente.
Naturaleza como infraestructura estratégica
Cambiar la forma en que percibimos el territorio es clave. La naturaleza no debe tratarse como un paisaje decorativo ni como un bien a proteger desde la distancia. Debe reconocerse como infraestructura esencial para nuestra sociedad y economía: humedales que amortiguan inundaciones, bosques que reducen el riesgo de incendios, zonas agrícolas que retienen agua y aumentan nuestra soberanía alimentaria, o costas que sostienen la pesca y el turismo. Si se gestionan de forma activa y coordinada, estos sistemas no solo reducen riesgos, sino que generan empleo, bajan costes públicos y sostienen sectores productivos enteros.
Un ejemplo claro de este enfoque es el programa RegenPorts, desarrollado en el Puerto de Barcelona en colaboración con la Fundación BCN Port Innovation. En este entorno típicamente industrial, se han empezado a integrar tecnologías de restauración marina —como estructuras sumergidas que simulan hábitats naturales— que facilitan el retorno de especies, mejoran la calidad del agua y activan procesos naturales de restauración en un entorno de alta presión logística. Lo interesante no es solo el impacto ecológico, sino la alianza público-privada replicable, que demuestra que una infraestructura económica también puede ser ecológica sin perder competitividad.
Transformar cadenas de valor con lógica económica
Recuperar la funcionalidad del territorio no es suficiente: también es necesario repensar las dinámicas económicas que lo moldean. El verdadero cambio pasa por rediseñar las cadenas de valor locales, revisando cómo se produce, comercializa y consume. Y para que este cambio sea sostenible, debe tener lógica económica. No puede basarse únicamente en subsidios o incentivos ambientales.
Los pagos por servicios ecosistémicos —como carbono, agua o biodiversidad— pueden ser útiles, pero deben considerarse un complemento, no el motor central. La base debe ser un modelo de negocio sólido, de largo plazo, que ofrezca beneficios tangibles a quienes habitan y trabajan el territorio.
Las empresas y productores que apuestan por este camino pueden generar valor de distintas formas: aumentando sus ingresos al mejorar la productividad y vender productos con mayor valor añadido; accediendo a nuevos mercados gracias a certificaciones o prácticas sostenibles; reduciendo costes mediante un uso más eficiente del agua, la energía o los insumos; y gestionando mejor sus riesgos, asegurando el acceso a materias primas o facilitando permisos y licencias. Además, regenerar el territorio puede revalorizar activos como la tierra y facilitar el acceso a financiación verde.
Por ejemplo, en algunos territorios agrícolas del sur de Europa, productores que han adoptado prácticas regenerativas, más resilientes, han conseguido vender sus cultivos a mejores precios, atraer inversiones y reducir su dependencia de insumos externos. La clave está en alinear lo ambiental con lo económico de forma estructural.
Construir futuro desde paisajes vivos
La regeneración no debe limitarse a una respuesta ambiental: es una auténtica estrategia de desarrollo territorial. Apostar por paisajes vivos y resilientes significa impulsar el empleo rural, fortalecer la soberanía alimentaria, fomentar la innovación empresarial y mejorar la salud ecológica. Pero para que esta apuesta trascienda lo anecdótico, se necesitan proyectos que escapen del piloto, que sean replicables, se integren en políticas públicas y estén conectados con mercados reales.
El Mediterráneo reúne las condiciones necesarias para convertirse en un referente europeo de competitividad regenerativa. No se trata de volver al pasado, sino de construir un modelo económico que sostenga la vida en todas sus formas. Un modelo donde el capital natural no se contabilice solo como riesgo o externalidad, sino como un activo estratégico que impulsa el bienestar compartido.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Medioambiente.