¿Qué ha significado para ti y para tu estudio recibir el Premio Corresponsables en la categoría de micro pyme en la decimoquinta edición de estos galardones internacionales?
Sin lugar a dudas, un gran orgullo y una emoción enorme. – Saber que nuestro proyecto pasó por la evaluación de tantas personas tan especializadas y destacadas, que no conocen absolutamente nada de nosotros, de nuestro estudio, incluso de nuestro pequeño país, y que despertó el interés entre tantas propuestas es algo que las palabras no llegan a describir. Es un estímulo también para seguir creando desde este lugar, desde esta mirada, sabiendo que, en algún punto, nuestro trabajo es valorado, validado y está dejando una huella.
Un reconocimiento como este, y además internacional, es sin lugar a dudas, algo maravilloso y halagador.
¿Podrías explicarnos en qué consiste la iniciativa ganadora y cómo integras la Sostenibilidad en tu enfoque del interiorismo?
En este proyecto se integran muchos factores que implican Sostenibilidad. No sólo desde la materialidad de los elementos usados en obra donde nos enfocamos en generar el menor impacto posible y cuidar mucho su origen. Al mismo tiempo poníamos en juego elementos amigables como el jardín vertical que funge como pulmón natural del local, pero también dentro del enclave urbano que lo contiene. Y de nuevo, este jardín, no sólo se trata de lo que genera en calidad de aire, etc. Se trata de una pausa, de un bajar las revoluciones internas de cada uno. De un espacio para conectar con la naturaleza en un pequeño micro clima, pero también de conectar con uno mismo. No es sólo sentarte a comer ahí, es estar en ese momento, completamente presente. Detenernos.
Al mismo tiempo, otros elementos entran en escena reflejando y mostrando los valores de la marca. El local busca plasmar todo eso. Mejores instalaciones para el personal. Un cuidado en las recetas para mantener la comida dentro de parámetros saludables. Envases menos contaminantes. Todo está alineado. Cada pieza de mobiliario diseñada para el lugar, pensada para perdurar. La elección de los elementos decorativos que recurre a proveedores de economías circulares, rescatando el valor de lo artesanal, de los oficios, de un valor agregado con alma que no se obtiene de los grandes mercados. Cada pieza es una pequeña obra de arte consciente.
Se incluyen y resignifican objetos que son parte de la historia de la Empresa. (desde elementos de oficina hasta piezas de viejas máquinas, pasando por la restauración del logo original en el piso, el cual además es la inspiración del diseño: la paleta de colores, la tipografía, las reminiscencias art deco).
El rescate del patrimonio, tanto edilicio como histórico, donde el lazo entre la marca y la comunidad no solo es muy fuerte, sino que se pone en evidencia. Se cuentan historias, se rescatan valores, se interactúa desde un lugar especial con el barrio, con su historia, con su gente.
El uso de elementos tradicionales de la cocina que rememoran los domingos de pasta en familia, resignificar objetos precisamente para contar los casi 100 años de historia de la marca, pero también de un barrio, de una ciudad, de miles de personas que han pasado por ahí a lo largo del tiempo. Un espacio que demuestra que podemos fusionar lo moderno sin devaluar el peso del pasado, de las tradiciones, manteniendo los pilares fundamentales que sostienen todo un conjunto de valores que hoy más que nunca debemos atesorar.
¿Qué desafíos enfrentas al impulsar un diseño responsable y con impacto social y ambiental en un contexto como el uruguayo?
A veces cuesta romper los paradigmas. Sacar a la gente de su zona de confort. Que se comprenda que un diseño más responsable no es necesariamente más costoso, tampoco más complicado, sino solamente mejor pensado.
Hay un gran trabajo de ir de alguna forma entrenando la mirada para que el cliente empiece a evaluar otros parámetros que no se basen únicamente en lo estético o económico.
Entender que en un mundo cada vez más vertiginoso, la clave está justamente en desacelerar.
Estamos tan desconectados de todo, que lentamente se comienza a entender que, si no hacemos algo pronto, nos vamos a perder definitivamente.
Cuesta entender que los oficios y el patrimonio se van perdiendo, y con ello nuestras raíces, nuestra cultura se va desdibujando. Y sin historia… ¿Quiénes somos en realidad? ¿Qué cultura nos representa si la vamos perdiendo retazo a retazo detrás del “fast-fashion” que abarca no sólo ropa, sino todo lo que consumimos?
Ya no se trata de tener un espacio bonito, se trata de poder conectar con él. Si es un local, una empresa, el consumidor busca poder conectar de alguna forma con el lugar, con la marca, con su esencia. Algunos clientes ya lo asimilan, otros no tanto. Y ese es tal vez el mayor desafío que enfrentamos.
Uno de los ejes de tu trabajo es el diseño con propósito. ¿Cómo logras conectar estética, funcionalidad y compromiso social en tus obras?
Hablando mucho. Hay gente que capta la idea de inmediato. Otras veces son muchas horas de charla, de insistir, de argumentar en base a la experiencia y, sobre todo, con solvencia. Eso en lo que refiere a transmitir mi mirada al cliente.
En lo personal lo que descubrí hace apenas unos pocos años, es que esa conexión la tuve siempre de manera natural. Quizás porque en mi propia búsqueda de ese bienestar que todos anhelamos, eso fue parte del camino.
Yo siempre necesité conectar de alguna forma con mis espacios y con la gente. Y al mismo tiempo, a lo largo de mi experiencia laboral también me fui haciendo cada vez más consciente de la importancia del trabajo en equipo, y de que la gente contenta obtiene mejores resultados y todos trabajan mejor.
Que la gente no rinde más o mejor porque la presionen (el viejo modelo empresarial se basa en eso, un orden de jerarquías fundado en presionar desde arriba hacia abajo en la cadena, donde el resultado se basa en el miedo a que te despidan o te regañen, o lisa y llanamente, te humillen; en lugar de estimularte a dar lo mejor de vos, hacer equipo, potenciarnos entre todos).
Básicamente mis años de trabajo en relación de dependencia me enseñaron lo que no quiero y lo que sí me hace bien en un trabajo. Por lo tanto, eso es lo que aplico en mis equipos. No hago lo que no me agrada, y sí potencio lo que me hace bien.
Somos un equipo. Todos somos parte. Todos somos valiosos. Una parte no funciona sin la otra. Cada uno es un instrumento dentro de la gran orquesta. Afinados y coordinados podemos sonar maravillosamente.
Cuando las personas se sienten valiosas, reconocidas, vistas (pero de manera genuina) además de hacer las cosas con mayor felicidad, también lo hacen con dedicación, con cariño. Y sentirse parte del todo, también los hace entender que por pequeño que consideren su aporte, también su trabajo tiene un propósito, uno que aporta a un bien mayor y suma VALOR.
Entonces la satisfacción de ver la alegría de un cliente, no es sólo mía. Es de todos. Y lo celebramos todos y nos llena el alma a todos. Nos hace ver que podemos dejar nuestro granito de arena. Que podemos marcar una diferencia, sin importar qué trabajo haga cada uno. Todos los aportes son importantes. Y es ahí donde está la verdadera grandeza.
Antes el diseño se veía como algo banal y superfluo. Hoy somos cada vez más conscientes de que el ambiente en que nos movemos (casa o trabajo) influye de manera importantísima en nuestra calidad de vida. Y ahí es donde se entrelazan todas las piezas. Porque sí, ha de ser funcional y estético, pero yo como diseñador tengo que poder interpretar qué cosas le hacen bien a mi cliente, le suman en su día a día, qué lo hace feliz, qué lo motiva.
Y de esa forma plasmar en el diseño todo lo que a esa persona le permita tener una vida mejor. Es parte de mi trabajo también orientarlos a la hora de elegir dónde y qué comprar. Es ahí donde tenemos como diseñadores la posibilidad de “educar” o mostrar otros valores al cliente. En el qué y quiénes proveen.
Ahí es donde entra el otro 50% de lo social en el trabajo. A quién le compro. Por qué lo elijo. Qué tipo de materiales y por qué. Luego, durante la ejecución entra en juego la actitud de ese equipo de trabajo, los proveedores, cada actor. Y es en esa instancia donde he tenido la oportunidad de apreciar la enorme diferencia que se genera en el cliente cuando puede apreciar que el trabajo del personal o de un proveedor está hecho con ganas, con cariño y con propósito.
Algo hecho con dedicación para ellos. El cliente lo valora más de lo que se piensa. Y el equipo se nutre de ese feedback cuando ve que realmente hizo la diferencia en la vida de esas personas. Ese es el punto de encuentro de todas las partes.
¿Consideras que el interiorismo y la arquitectura tienen hoy un rol más activo en la transformación social?
Definitivamente sí. En primer lugar, el hecho de que en los últimos años el diseño se haya de alguna forma democratizado y se volviera más accesible a todos permite que más gente pueda lograr espacios mejores y más saludables que le permitan una mayor calidad de vida.
Por un lado, contar con un profesional que sea capaz de adaptarse a cualquier presupuesto permite que donde antes la gente pensaba que no podía acceder a mejorar sus espacios, hoy vea que puede lograr grandes resultados y mejoras, sin que el dinero sea un obstáculo.
Por otro lado, hoy el interiorismo y la arquitectura cuentan con más herramientas que colaboran a lograr mejores resultados y un diseño más consciente.
La neurociencia, la neuro arquitectura, el diseño inclusivo (para personas con capacidades diferentes), la posibilidad de pensar y diseñar entornos más amigables para personas con autismo u otro tipo de características, que los espacios sean más funcionales considerando temas de movilidad, más amigables en todos los aspectos.
Cómo trabajar con y sobre los 5 sentidos, en especial el olfato, el sonido que antes eran menos considerados. La influencia de los colores sobre el estado anímico, y tantos otros factores que hoy podemos trabajar con mayor profundidad. Volvemos a lo que hablamos al inicio. Ya no se trata solamente de algo estético, se trata de algo muchísimo más amplio que abarca cada vez más disciplinas que se nutren entre sí.
¿Qué importancia tiene para Lucía Casanova generar alianzas o redes con otras organizaciones y profesionales que compartan tu visión?
Muchísima. De hecho, me resulta algo clave en el desarrollo y potenciamiento de mi trabajo y el de otros colegas. Cuántos más compartamos esta visión, más podemos aportar y marcar una diferencia. Y a su vez las alianzas generan otra potencialidad que cada uno por su lado es más complejo alcanzar. Bien dicen que la unión hace la fuerza. El peso de una voz, frente al peso de muchas no es el mismo.
Si cada vez nos alineamos más en esta visión, entonces naturalmente también todos nos vamos enfocando en crear cosas diferentes, con otros objetivos, con otra mirada, buscando otras soluciones que estén en coherencia con esa visión compartida. De hecho, soy parte de la Directiva de ADDIP (la Asociación de Diseñadores Profesionales de Uruguay) y es un tema que ha estado sobre la mesa desde el inicio de esta Directiva. Cómo y desde qué lugar nosotros como diseñadores podemos ir haciendo nuestro aporte en esta dirección.
La Responsabilidad Social y el papel que tenemos como actores en una profesión que nos permite ir extendiendo conciencia, enseñando, moldeando un criterio mucho más sustentable. Cómo podemos transmitir eso a los clientes, pero también a las nuevas generaciones que se vienen formando en nuestra profesión. Y en esa línea nos hemos abocado a generar instancias de encuentro y difusión donde se ponen sobre la mesa todos estos temas. Donde intercambiamos ideas acerca de cómo podemos mejorar en cada parámetro.
Desde fusionar la visión y herramientas de las nuevas generaciones (inteligencia artificial, diseño computarizado, etc.) con los diseñadores más veteranos que venimos del dibujo a mano alzada, con experiencia de obra, con otro aplomo, con otro ritmo de menos inmediatez, buscando que no todo termine en obsolescencia programada. Encontrar el balance justo entre los dos polos.
Encuentros donde nos sentamos a percibir el mundo desde el lugar de una Arquitecta que es ciega, y un Ingeniero que hizo casi toda su carrera desde una cama y una silla de ruedas en una universidad cuyo edificio no estaba previsto para eso. Donde el diseño de su propia casa es un desafío de adaptabilidad, pero también un abrir los ojos a una realidad que, si no te toca de cerca, no dimensionas en su totalidad. Ambos en un mundo que no está pensado ni diseñado para ellos. O conversando con uno de los Arquitectos desarrolladores más importantes del país que proyecta desde la visión de tener un hijo autista.
Sumar voces. Sumar miradas. Habilitar espacios donde poder compartir todo eso. Sin lugar a dudas, para mí como Diseñadora es fundamental y es lo que considero nos enriquece a todos.
¿Cómo ves el futuro del diseño de interiores desde una perspectiva ética y Sostenible, especialmente en América Latina?
Creo que en gran parte América Latina tiene mucha conciencia respecto a estos temas. Y sin duda se nota que cada día se hacen mayores esfuerzos en cuanto a ello. No obstante, creo que en todo el mundo sigue siendo una pulseada entre quienes luchamos por no terminar de colapsar el planeta que nos alberga, y los intereses y desidia del resto del mundo.
Sin embargo, noto que el cambio, aunque parezca lento en algunos aspectos, se va consolidando.
Que cada vez hay más iniciativas que van por este camino. Que lentamente vamos entendiendo que no todo se trata de números, y que incluso en ese punto, más Sostenible no significa más caro, sino que puede resultar incluso, más rentable. Creo que mucha gente también comienza a notar la necesidad de un cambio interno. Conectar más, consumir menos. Ir más por el SLOW DECO y con otra mentalidad. Pienso que la clave, como en todo, es comprender que no se trata de más o menos caro. No se trata de más o menos rentable. Se trata, al igual que en cualquier diseño, de más y mejor pienso. De lograr mejores resultados con los mismos recursos. De bajar dos cambios y no entrar en el loop de consumo irracional que nos deja más cansados y vacíos mientras arrasamos todo a nuestro paso.
Para eso lo que más se necesita no es dinero. Es cabeza. Foco. Ideas. Valores. Que el diseño sea una herramienta que nos permita crear un espacio que nos nutra, donde no necesitemos comprar algo nuevo todos los días ni cambiar los muebles una vez al año sin control, comprando por internet lo que no necesitamos, que no nos aporta nada real y que encima cuando lo recibimos vemos que no funciona, y lo descartamos sin más. Que nuestra profesión ponga en valor la calidad, lo perdurable, los oficios, justamente, los espacios con propósito. Con una mirada más empática que contemple la verdadera inclusión. Que nuestro confort y bienestar no implique seguir fagocitándolo todo, no sólo el planeta, sino entre nosotros mismos.
Para quienes están empezando en el mundo del diseño con propósito, ¿qué mensaje o consejo les darías?
Quizás en este punto lo mejor para expresarme sea contar un poco de mi propia vivencia al respecto. Cuando me inicié en esta profesión, allá a finales de los años 90, esta carrera tenía muy mala prensa. Se consideraba algo elitista, por un lado, y lo peor de todo, superficial y frívolo.
A eso se sumaba el prejuicio de que lo que hacíamos era más un hobby que una profesión.
Así que por más que uno estudiara y obtuviera su título, para muchos, no tenía una carrera formal como tal. No voy a profundizar en lo que es el trabajo de un diseñador, porque ya todos lo sabemos. De la misma manera que sabemos lo difícil que es cuantificar y dar valor a cualquier tipo de servicio o intangible. Pero sí voy a hablar de los prejuicios, del estigma de lo superfluo y de lo que desde el inicio fue parte de mi esencia como diseñadora y que no supe nombrar o visualizar hasta hace un par de años atrás.
En los 90 (en Latinoamérica al menos) apenas se escuchaba de Feng Shui, pero a mí me llegó el primer libro y me fasciné con el tema. Me dio muchas respuestas a inquietudes que tenía sobre mis propias maneras de habitar y de percibir mi entorno. No era la solución perfecta, pero abrió la puerta a profundizar en esa línea. Percibir lo energético de los espacios, de los objetos y de las personas. Algo que me salía innato, pero hasta ese momento no tenía definición formal.
Mi profesor de diseño cuando le hablé de eso, con mucho sarcasmo, me dio una respuesta como si yo estuviera hablando de brujería. Me desilusionó mucho, pero la realidad es que creo en lo que creo, y veo lo que veo. Y me mantuve fiel a eso. Era mi visión. Era diferente. Pero seguía estando convencida. Y desde ese lugar, en coherencia con mi sentir y mi propia manera de percibir el mundo y mi entorno, llevé adelante mi carrera. Eran tiempos donde no se hablaba casi nada de esos temas, así que yo me los guardaba para mí, aunque no dejaba de aplicarlos en mi trabajo. Y obviamente, fui viendo los resultados.
Pasaron más de 20 años. Pasaron muchos cambios. Aprendimos. Abrimos la cabeza. Hoy se habla de energía abiertamente. Hoy sabemos que no es brujería, es neurociencia. Hoy sabemos que no estamos locos, sino que sentimos, percibimos y es real, hoy tiene muchos nombres. Hoy no es tabú. No es rareza. No es un divague de gente volada que vive una realidad paralela. Es tangible. Es ciencia. Contra viento y marea, fui fiel a mi carrera hasta lograr vivir de ella. Y sin duda, eso me hacía feliz. Ver a mis clientes felices me llena el alma.
Pero una parte de mí, tal vez pequeñita, pero aún así muy presente, me seguía recordando por ahí que lo que yo hago, “es superfluo”. En algún punto en mi ser más profundo, tenía ese conflicto en el cual toda mi profundidad, toda mi espiritualidad o mis valores se contraponían a ese concepto de superficialidad, de elitista etc. Una parte de mí se cuestionaba ¿yo qué le estoy aportando al mundo? Yo que tanto insisto en ser el cambio que queremos ver, ¿desde qué lugar estoy colaborando con eso?
Y como si cargara el estigma de Caín, arrastré esa sombra hasta hace muy poco tiempo. A lo largo de los años había tenido muchos clientes emocionados hasta las lágrimas cuando les entregaba una obra, pero de alguna forma, no terminaba de dimensionar eso. Y no fue sino hasta luego de la pandemia que lo pude asimilar realmente. Porque lo viví con mis clientes y porque algunos cambios en mi vida personal también me permitieron tomar contacto con algo que siempre estuvo ahí, pero nunca supe nombrar. Mi profesión sí tenía un propósito. Mi trabajo sí podía colaborar a que otros vivan mejor. Y mi trabajo puede sembrar semillas de una nueva visión para que tengamos un mundo y una vida más sustentable.
Cada proyecto, cada obra, va marcando un camino que otros pueden seguir (de hecho, la marca del local por el que recibí este premio, hoy pretende expandirse en nuevos locales, replicando exactamente los conceptos del original, y donde ya hemos trabajado en el proyecto de esas primeras locaciones. Básicamente, dando nacimiento a lo que sería un manual de marca para los locales venideros). Y ese tal vez es mi pequeño legado. ¿Chiquito? Sí, puede ser. Pero la sumatoria de cada acción es la que hace al todo. Como las gotas de agua en el mar. Siempre estuvo ahí. Siempre muy en lo profundo de mi ser, lo supe. Pero no fue sino hasta hace muy poco tiempo, que lo pude ver y nombrar.
Hoy muchos hablan de energía, de neurociencia, de propósito, de Sustentabilidad. Hoy todos sabemos de qué hablamos. Yo lo hice por más de dos décadas sin que tuviera uno (o varios) nombres. Simplemente, era mi visión. Una a la que he sido fiel y con la cual me he mantenido consecuente. Contra todo pronóstico. Contra todo prejuicio. Aun sobreponiéndome al estigma de que mi trabajo carecía de valores o relevancia. Así que, si tienen una idea, si tienen una visión, si tienen una vocación, que no haya prejuicios que los frenen.
Que no los intimiden las palabras ajenas. Siempre que hubo una idea nueva y revolucionaria, alguien dijo que no era posible o que estaba mal. Para ver el cambio que queremos, debemos empezar por ser nosotros mismos ese cambio. Sean consecuentes y éticos consigo mismos primero, que lo demás nace a partir de ahí.
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