Desde Fundación Juan XXIII, llevamos años trabajando en procesos urbanos con un objetivo claro: que garanticen comprensión, accesibilidad y profundidad. Que permitan a las personas posicionarse con conocimiento de causa, aportar desde la experiencia y ser parte de una escucha con consecuencias. Porque la inclusión no sucede sola: requiere condiciones metodológicas y tiempo suficiente para que sea real.
Nuestra experiencia no nace de una idea abstracta de ciudad, sino de intervenir en contextos reales, complejos. En proyectos como Madrid Nuevo Norte —uno de los desarrollos urbanos más ambiciosos de Europa— hemos demostrado que la participación puede y debe ser rigurosa, accesible y trazable, incluso en escenarios de gran escala. Y que el resultado es más que un proceso participativo: es un diseño urbano mejor, más justo y más conectado con la diversidad real de la ciudad.
La Nueva Agenda Urbana de ONU-Hábitat señala que el derecho a la ciudad implica acceso equitativo, participación activa y desarrollo inclusivo. Desde Fundación Juan XXIII, lo llevamos a la práctica a través de procesos que vinculan inclusión, sostenibilidad y acción comunitaria. Por su parte, la red C40 Cities —en su iniciativa “Inclusive & Thriving Cities”— recuerda que no basta con hacer ciudades más verdes: hay que hacerlas más justas. Es decir, medir la prosperidad no solo por el crecimiento económico, sino por su capacidad de generar vínculos, bienestar compartido y acceso equitativo a las oportunidades. Esa es también nuestra dirección.
Una ciudad no es solo un espacio físico. También es un ecosistema de oportunidades —o barreras— para acceder al empleo, a los servicios, a los derechos. Por eso, desde Fundación Juan XXIII exploramos desde hace años la conexión entre urbanismo e inclusión sociolaboral. Lo hacemos con metodología, con indicadores y con resultados. A través de procesos como las Comunidades de Aprendizaje Participativas (CAP), donde hemos identificado más de 50 empleos emergentes ligados a la economía circular, y validado cuáles tienen mayor viabilidad y potencial inclusivo.
Pero vamos más allá del diagnóstico. Lo utilizamos como punto de partida para diseñar e implementar soluciones que conectan innovación social, sostenibilidad ambiental y empleabilidad inclusiva. Nuestro trabajo no se limita a identificar necesidades: activamos respuestas viables en entornos reales. En el Laboratorio de Soluciones Basadas en la Naturaleza Inclusivo, que gestionamos en el Centro de Innovación en Economía Circular del Ayuntamiento de Madrid, co-diseñamos espacios que generan empleo, aumentan biodiversidad y promueven modelos de gobernanza colaborativa. Que un centro de innovación público integre la inclusión en su núcleo operativo no es habitual. Es un hito. Y para nosotros, una hoja de ruta.
Desde ahí surgen también iniciativas que aplican esa misma lógica de triple impacto —ambiental, social y formativo— en entornos urbanos concretos. El Inclusive Circular Lab convierte hábitos sostenibles en herramientas educativas, facilitando empleabilidad desde una sostenibilidad vivida. Las cuadrillas inclusivas, formadas a través de nuestra metodología de empleo con apoyo, mantienen espacios verdes urbanos con criterios técnicos y laborales de calidad. En Mercamadrid, impulsamos cubiertas productivas donde la eficiencia energética y el trabajo digno conviven metro a metro. Y los huertos corporativos, desarrollados junto a más de 15 empresas, generan vínculo, conciencia ambiental y redes de apoyo desde el lugar de trabajo.
Evaluar el impacto no es un paso final, es parte del propio diseño. Por eso trabajamos para traducir nuestras narrativas —sobre bienestar, pertenencia e inclusión urbana— en indicadores conectados con marcos internacionales como los del Joint Research Centre de la Comisión Europea. ¿Cómo se mide una cubierta que da sombra y genera empleo? ¿O un jardín que mejora la salud y refuerza la identidad colectiva? No todas las respuestas están ya escritas, y quizá tampoco todas las preguntas. Pero no dejamos de hacérnoslas. Y ahí está parte de nuestro compromiso: en seguir cuestionando, midiendo y ajustando para que cada proyecto sea más justo, más inclusivo y más transformador.
En Fundación Juan XXIII no trabajamos desde certezas, sino desde la práctica compartida. Sabemos que construir una ciudad más justa exige no solo proyectar, sino escuchar, revisar y adaptarse. No se trata de hablar por otros, sino de crear las condiciones para que todas las voces formen parte del proceso, también en su dimensión laboral y ambiental. Ahí es donde estamos: aprendiendo con otros, interviniendo con responsabilidad y aportando desde lo que sabemos hacer.
Cada proyecto que impulsamos es una forma de avanzar desde la práctica: con indicadores que orientan, con equipos diversos que aportan perspectiva, y con modelos que se pueden adaptar y transferir. Porque una ciudad realmente sostenible —la que responde al ODS 11— no se construye desde la distancia ni desde la neutralidad, sino desde una decisión consciente de integrar lo social, lo ambiental y lo económico. No se diseña para unos pocos: se transforma en alianza, con todos los que quieren formar parte de ella. Y en esa alianza, queremos seguir trabajando.

 
  
 
 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 







 
  
  
 