El cambio climático y los conflictos bélicos actuales representan dos de las mayores amenazas para la humanidad, aunque su naturaleza sea muy distinta. Mientras las guerras acaparan la atención mediática por su violencia directa y devastadora, el cambio climático avanza de forma silenciosa, pero con consecuencias potencialmente más profundas y duraderas. Ambos desafíos exigen una cooperación internacional urgente. Están interconectados y comprometen el futuro común de la humanidad.
Hace justo un año, tras la DANA que golpeó Valencia con una violencia inesperada, mi sobrina Marta, de solo 13 años, me dijo con total naturalidad:
“Tía, creo que a mi generación es a la que más cosas nos están pasando.”
Yo no tengo hijos, pero su frase me estremeció. Sentí que estamos dejando a las nuevas generaciones una carga injusta: una herencia de inestabilidad, miedo y urgencia.
Es cierto que la Tierra ha atravesado múltiples transformaciones climáticas a lo largo de su historia, muchas de ellas parten de sus ciclos naturales. Sin embargo, como diría Sabina, lo que estamos viviendo hoy no es natural. Es artificial. Acelerado. Y profundamente vinculado a la actividad humana.
La gran diferencia es que antes los cambios ocurrían a lo largo de milenios. Hoy están sucediendo en menos de una vida. Y ni nuestras sociedades, ni nuestras infraestructuras, ni nuestros ecosistemas están preparados para adaptarse a ese ritmo.
Lo hemos visto en el cine, como si fueran bolas mágicas que adivinan el futuro. Muchas películas han imaginado escenarios distópicos relacionados con el cambio climático, que ahora parecen documentales adelantados en el tiempo. De las que me vienen a la mente mientras escribo, recuerdo:
- El día de mañana, donde una nueva era glacial arrasa ciudades en cuestión de días.
- 2012, en la que el planeta colapsa bajo una serie de desastres naturales encadenados.
- Y, aunque hay muchas más, la que más me impactó por su crítica social fue No mires arriba, protagonizada por la siempre brillante Meryl Streep.
Si no la habéis visto, os la recomiendo. En la película, un meteorito se convierte en una metáfora clara del cambio climático. No se trata del desastre natural en sí, sino de la incapacidad humana para escucharlo, entenderlo, dimensionarlo y actuar a tiempo.
El negacionismo, el cortoplacismo político y la banalización de las crisis son tan reales como el propio calentamiento global.
Y vuelvo a Marta, y a su frase, que sigue resonando en mi cabeza: “A mi generación es a la que más cosas les está pasando…”
De verdad creo que aún hay esperanza para ellos. Afortunadamente, las nuevas generaciones están más concienciadas, más activas, más informadas. No solo piden respuestas: también nos están enseñando a los adultos que mirar hacia otro lado ya no es una opción.
No todo está perdido. Pero tampoco hay tiempo que perder, y no es una exageración.
Marta tiene razón. Pensemos en ella, y en todos los niños y niñas que no merecen cargar con las consecuencias de un mundo que no supo (o no quiso) escuchar las advertencias.
Hay esperanza en las nuevas generaciones.
Tengo fe en que los “dinosaurios” del liderazgo actual (que aún gobiernan con viejas lógicas) acabarán extinguiéndose para dar paso a quienes sí entienden el valor de lo que está en juego.

Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional Contra el Cambio Climático

