En España hay más de 900.000 personas que sufren Alzheimer y otras demencias. Las previsiones apuntan a que esta cifra se duplicará antes de 2050. Nos encontramos ante un desafío enorme para la sostenibilidad del sistema sanitario, especialmente en un momento en que, por primera vez, emergen tratamientos capaces de modificar el curso de la enfermedad. El lecanemab, podría convertirse en el primer fármaco indicado para fases iniciales. Su eficacia depende de un factor clave: cuanto antes se administran estas terapias, mayores son los beneficios.
En este contexto, la detección precoz se vuelve imprescindible. Igual que sucede en los cribados de cáncer o de enfermedades cardiovasculares, necesitamos identificar a las personas en riesgo antes de que aparezcan los síntomas.
Hasta ahora, el diagnóstico de Alzheimer se basaba en pruebas invasivas y costosas como la punción lumbar o la tomografía por emisión de positrones (PET). Pero los avances recientes en biomarcadores sanguíneos y digitales están cambiando las reglas: por primera vez, contamos con métodos no invasivos, escalables y asequibles que permiten pensar en un cribado poblacional.
Desde la Fundación Pasqual Maragall, a través de nuestro centro de investigación, el Barcelonaβeta Brain Research Center (BBRC), impulsamos un estudio pionero que aprovecha una oportunidad científica única. Entre 2013 y 2014, casi 3.000 personas participaron en el estudio ALFA, la mayoría hijos e hijas de personas con Alzheimer. De todas ellas se recogieron muestras de sangre que han permanecido perfectamente conservadas hasta hoy. Una década después, estas muestras permiten analizar biomarcadores en sangre y comprobar si anticipaban la aparición de deterioro cognitivo.
El verdadero avance está en lo que vendrá a continuación: crear un algoritmo capaz de predecir, con diez años de antelación, quién desarrollará deterioro cognitivo. Para ello es necesario convocar de nuevo a todos los participantes evaluados, para repetir la extracción de sangre y actualizar toda la información clínica y de estilo de vida. Con este conocimiento seremos capaces de anticiparnos al Alzheimer y, en el futuro, diseñar programas de cribado poblacional aplicables en el sistema de salud.
Las implicaciones son enormes. Una simple prueba de sangre automatizada y fiable no solo democratiza el acceso al diagnóstico, sino que reduce drásticamente los costes en comparación con las técnicas actuales. Facilita además que la detección precoz llegue a más territorios, garantizando mayor equidad en el acceso a cuidados y tratamientos.
Sin embargo, avanzar hacia este futuro requiere una apuesta colectiva. El algoritmo no podrá desarrollarse sin los recursos que permitan reconectar con miles de participantes, realizar nuevas analíticas y validar los modelos predictivos en entornos clínicos reales. Aquí es donde el compromiso de las empresas es decisivo.
Colaborar con la Fundación Pasqual Maragall en este proyecto significa invertir en un futuro sin Alzheimer. Es contribuir a que la ciencia transforme vidas, a que el diagnóstico precoz sea una realidad cotidiana y a que los tratamientos lleguen a tiempo. También es una oportunidad para las compañías de alinear su propósito y responsabilidad social con un desafío sanitario y humano de primera magnitud, dejando huella en la vida de millones de personas.
El Alzheimer no es un destino inevitable. Podemos anticiparnos. Podemos prevenir. Podemos cambiar el rumbo. Os animo a colaborar, con vuestro apoyo, este algoritmo será la herramienta que lo haga posible.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Alzheimer