Lucía Casanova, Diseñadora uruguaya y Directora de su propio estudio, reflexiona sobre la evolución de la Responsabilidad Social y la Sostenibilidad a lo largo de su vida y trayectoria profesional. Pertenece, como ella misma explica, a “la generación que vio nacer el agujero en la capa de ozono”, lo que la llevó desde muy joven a tomar conciencia del cambio ambiental. Su visión es clara: “El cambio que soñamos comienza por uno mismo, por ser el ejemplo que contagia”, convencida de que cada decisión, desde la elección de materiales hasta la gestión de equipos, es una oportunidad de marcar la diferencia.
Con motivo del 20º Aniversario de Corresponsables, Casanova resalta el papel del medio como referente internacional en materia de Sostenibilidad. “Corresponsables se ha consolidado como una plataforma que brinda información valiosa e inspira a otros a ir por el mismo camino”, afirma. En su opinión, el medio no solo difunde conocimiento riguroso, sino que también motiva a más organizaciones a comprometerse activamente con una agenda que ha dejado de ser opcional.
La diseñadora insiste en que “de poco sirve salvar el planeta si no cuidamos también el bienestar de las personas que lo habitan”, y recuerda que todos somos “eslabones de una misma cadena”. Para ella, la Responsabilidad Social debe vivirse desde la convicción, más allá de la regulación externa, porque “ya no hay excusas, el cambio es impostergable”. Con estas reflexiones, Casanova anima a mirar al futuro con esperanza, confiando en que las nuevas generaciones, con otra mentalidad y otros valores, sabrán construir un mundo más equilibrado y sostenible.
Lucía, ¿cómo nació en usted el interés por la Responsabilidad Social y la Sostenibilidad? ¿Hubo algún momento o experiencia que la marcara especialmente en sus inicios profesionales?
Pertenezco a la generación que vio “nacer” el agujero en la capa de ozono, cuando muchos aún pensaban que no era tan grave. En mi infancia pasaba horas en la playa sin protección solar y no ocurría nada. Con los años, fuimos testigos del cambio: hoy no tolero estar al sol más de media hora. Veo con claridad el deterioro y los efectos, incluso en materiales diseñados para resistir. Por eso digo que mucho antes de que existiera el término Sostenibilidad, a mí ya me removía el tema.
Con el tiempo, uno gana experiencia, investiga y pasa de preocuparse a ocuparse. Muchos creen que una sola persona no hace la diferencia, pero yo pienso lo contrario: 1 + 1 + 1 suman hasta que somos millones, y allí empieza a cambiar el equilibrio de la balanza. El cambio que soñamos comienza por uno mismo, por ser el ejemplo que contagia. En mi caso, como Diseñadora, tenemos una enorme cuota de responsabilidad: podemos asesorar, influir en un cliente, elegir materiales y proveedores con criterios más sostenibles. Cada decisión es una oportunidad de marcar la diferencia.
“Mucho antes de que existiera el término Sostenibilidad, a mí ya me removía el tema.”
Además, quienes hoy tenemos entre 45 y 65 años somos una “generación bisagra”. Venimos de un modelo de trabajo basado en la presión constante, con la falsa creencia de que así la gente rendía más. La realidad es que las personas rinden cuando están contentas, cuando se las valora y se aprecia su aporte. Ahí nace para mí la verdadera esencia de la Responsabilidad Social: no es un discurso bonito, sino hacerlo real. Cuando las personas se sienten vistas y apreciadas, todo cambia: el trabajo, los equipos y la forma de relacionarnos. Esa seguridad de moverse “en bloque”, con un equipo sólido y comprometido, vale oro en polvo.
En ese camino, ¿qué anécdotas o vivencias de sus inicios le ayudaron a tomar conciencia de la importancia de estos temas?
Me crié en Punta del Este, un lugar privilegiado de Uruguay, donde pasábamos hasta cinco horas al sol sin sombrilla ni protección. En los años 80 aparecieron los primeros bronceadores con factores mínimos, y en pocos años la situación cambió drásticamente: aumentaron las quemaduras, los protectores llegaron a factor 30 y después a 80. Fue allí cuando muchos comenzamos a vislumbrar que el problema era serio.
“El cambio que soñamos comienza por uno mismo, por ser el ejemplo que contagia.”
También vi transformarse mi entorno natural. De los extensos bosques de pinos marítimos que rodeaban mi casa no queda nada; hoy son barrios parquizados y turísticos. No estoy en contra del progreso, pero extraño aquel paisaje agreste. La lucha actual es delimitar dónde frena el desarrollo y dónde comienza la preservación. Un caso claro es Punta Ballena, hoy en riesgo por emprendimientos inmobiliarios. Otro ejemplo es Cabo Polonio, un pueblo lobero que sigue protegido, sin luz eléctrica y con acceso limitado para preservar sus dunas y colonias de lobos marinos. Allí la lucha diaria es frenar la pesca ilegal, controlar desechos y educar al turista: porque si dañamos lo que lo hace único, desaparece.
En mi trabajo también lo noté pronto. Durante más de 15 años tuve un taller de cortinados y vi cómo la radiación solar iba deteriorando cada vez más rápido los materiales, incluso los de alta resistencia. Lo que antes duraba años comenzó a mostrar daños en meses. Eso demuestra que el impacto es real y tangible. Y cuando uno lo experimenta en lo cotidiano, ya no puede negar la evidencia. Como digo siempre: ¿vamos a quedarnos mirando para el costado, cuando lo que nos quema las manos y la vista está frente a nosotros?
Si tuviera que comparar aquellos inicios con el panorama actual, ¿cómo describiría la evolución de la RSE y de la gestión empresarial en torno a la Sostenibilidad?
Como en todo lo nuevo, al principio hubo dos miradas: unos lo veían como una excentricidad de “los modernos” y otros como una amenaza al modelo tradicional, con sus jerarquías rígidas y su alienación del trabajador. Me tocó trabajar en muchas empresas de ese tipo, donde se exprimía a la gente y se guardaba silencio ante prácticas que hoy consideramos, como mínimo, acoso.
“Lo que antes duraba años comenzó a mostrar daños en meses; el impacto es real y tangible.”
Por suerte, en las últimas dos décadas las generaciones más jóvenes empezaron a establecer parámetros de “no negociables”. Hoy, lo que antes era aceptado en silencio, ya no lo es, y esa es una gran conquista. Lo que aprendí de esa etapa es lo que no quiero reproducir. En mi empresa actual, trato a las personas como me hubiera gustado ser tratada: con respeto, empatía y humildad para aprender de todos.
Cuando las personas se sienten valoradas, participan y se comprometen. La idea más brillante puede surgir de quien menos lo esperas, y eso multiplica los resultados. Vi un ejemplo inspirador en las oficinas de Google, donde los espacios de esparcimiento fomentaban la creatividad y la colaboración. Lo que en 2002 parecía un delirio, hoy es la norma en muchos espacios de coworking. Para mí, ese es el camino: la RSE no como herramienta marketinera, sino como una forma real de hacer las cosas de manera colaborativa y sostenible.
“La RSE no puede ser una herramienta marketinera, sino una forma real de hacer las cosas de manera colaborativa y sostenible.”
En su trayectoria ha mencionado la importancia de difundir buenas prácticas y aprender de otros referentes. En este contexto, ¿cómo conoció a Corresponsables y qué valor considera que ha tenido en estas dos décadas para impulsar la Responsabilidad Social?
Conocí a Corresponsables hace un par de años, a través de un contacto en LinkedIn que me compartió las primeras publicaciones. Desde entonces lo sigo con atención y lo considero un referente en la materia. Se ha consolidado como una plataforma que brinda información valiosa, marca pautas y, al mismo tiempo, inspira a otros a ir por ese mismo camino.
“Corresponsables se ha consolidado como una plataforma que brinda información valiosa e inspira a otros a ir por el mismo camino.”
La tarea de difusión constante que realizan tiene un doble valor: por un lado, ofrecer conocimiento riguroso y accesible, y por otro, motivar a más organizaciones a comprometerse. Para mí, ser parte de las iniciativas de la Fundación y participar activamente en su trabajo es una manera de poner en valor lo que hacemos desde distintos rincones del mundo.
Desde su experiencia, ¿qué cambios significativos ha observado en la RSE y la Sostenibilidad desde que comenzó hasta hoy?
Creo que con el tiempo la sociedad ha ido tomando más conciencia. Al inicio, todo parecía centrarse en lo estrictamente ambiental, pero gracias al trabajo constante se han ido incorporando otras dimensiones, en especial la humana. Como suelo decir, de poco sirve salvar el planeta si no cuidamos también el bienestar de las personas que lo habitan.
Hace un tiempo lo planteé en una charla en mi país: todo se trata de equilibrio. Un equilibrio que a veces es frágil y delgado, pero que resulta imprescindible mantener. Porque si no cuidamos al ser humano, ¿quién disfrutará de ese mundo más sostenible por el que tanto trabajamos?
En su opinión, ¿cuáles han sido los hitos más importantes en la evolución de la RSE y la Sostenibilidad en estas dos décadas? ¿Qué factores han impulsado esos cambios?
Creo que uno de los grandes aprendizajes de este tiempo ha sido entender que nadie logra nada por sí solo. Vivimos en sociedad, y cualquier cosa que consumimos o usamos involucra a toda una cadena de producción, de personas y de esfuerzos. Desde un plato de comida hasta una prenda de ropa, detrás hay un entramado de tareas que no pueden ser minimizadas ni desvalorizadas. Todos somos eslabones de una misma cadena, y nos fortalecemos o nos destruimos juntos.
Por eso pienso que valorar al otro y sumar, en lugar de dividir, es la clave. Y allí las nuevas generaciones han jugado un papel muy importante: vienen con otra mentalidad, con otro “chip” incorporado, que les permite ver el mundo desde parámetros más inclusivos y colaborativos. Esa mirada distinta es lo que nos ayuda a evolucionar hacia formas más responsables de vivir y trabajar.
En este camino siempre hay referentes que marcan huella. ¿Cuáles han sido para usted los pioneros o principales influencias en materia de RSE y Sostenibilidad?
No sé si fueron los primeros en el mundo, pero sí los primeros que yo conocí. Recuerdo claramente la primera vez que vi un documental sobre cómo era la infraestructura de Google respecto a sus empleados y creadores. Me voló la cabeza. Pensé: “¡Esta gente entendió todo!”. Ojalá tantas mentes explotadoras y obsoletas comprendieran que la gente no funciona a presión, sino que puede dar mucho más y mucho mejor en ambientes saludables, inspiradores y de respeto mutuo.
“De poco sirve salvar el planeta si no cuidamos también el bienestar de las personas que lo habitan.”
Para mí fue algo revelador, allá por 2005 aproximadamente. Si pienso que han pasado casi veinte años, no siento que los cambios hayan sido tan profundos como quisiéramos, pero al menos seguimos avanzando en esa dirección. Quizás a un paso más lento de lo esperado, pero siempre con la certeza de que cada uno debe poner su granito de arena. Como repito a menudo: debemos empezar por ser cada uno de nosotros el cambio que queremos ver en el mundo.
A lo largo de estos años, ¿qué lecciones considera más valiosas en el campo de la Responsabilidad Social y la Sostenibilidad?
Si no aprendemos a cooperar entre nosotros como humanidad, estamos en problemas. Porque no quedará humanidad que pueda disfrutar del planeta. Resulta paradójico que en tiempos de hiperconectividad estemos cada vez más solos y desconectados, pero al mismo tiempo vemos crecer iniciativas más humanas y cooperativas que empiezan a contemplar la “foto completa”.
“Todos somos eslabones de una misma cadena, y nos fortalecemos o nos destruimos juntos.”
Para mí, la Responsabilidad Social no es solo de gobiernos o de grandes organizaciones. Todos tenemos una cuota de responsabilidad: personal, profesional, empresarial. Ser éticos, tener buenas prácticas, actuar con coherencia no debería depender únicamente de regulaciones externas, sino de una convicción interna.
Es cierto que durante años muchos argumentaron que adoptar prácticas sostenibles era más costoso. Pero hoy existen numerosas Empresas B que demuestran lo contrario: que pueden ser rentables, marcar una diferencia positiva y, al mismo tiempo, contribuir a un mundo más justo. En Uruguay hemos vivido ejemplos concretos con regulaciones de salud pública, como los límites en el uso de sal en restaurantes o la reformulación de productos para reducir grasas y sodio. Estas medidas, lejos de ser un costo, se transformaron en inversiones rentables porque el consumidor consciente prefiere esas marcas.
Soy de la generación que pensaba que el agujero de ozono no era tan serio y que no íbamos a vivir para ver sus consecuencias. Y sin embargo aquí estamos, usando protectores solares de factor 80 para no enfermarnos por una exposición mínima al sol. Por eso insisto: ya no hay excusas, el cambio es impostergable.
Mirando hacia adelante, ¿cómo visualiza el futuro de la RSE y la Sostenibilidad en las próximas décadas?
Creo que si lo llevamos adelante con conciencia real —y no solo desde la postura políticamente correcta—, definitivamente se consolidará un cambio de paradigma. Pero ese cambio debe nacer desde un lugar honesto, con un interés genuino en el otro y en lo que nos rodea. Se trata de construir comunidad, de apoyarnos unos a otros.
Y para finalizar, Lucía, en este 20º Aniversario de Corresponsables, ¿qué papel cree que deben jugar las nuevas generaciones en la continuidad de este legado?
Considero que las nuevas generaciones ya traen información diferente en su ADN. En gran medida no repetirán nuestros mismos errores, aunque seguramente cometan otros. Los extremos nunca son buenos, y lo importante será encontrar el punto de equilibrio. Ese equilibrio es fundamental en todos los aspectos.
“Ya no hay excusas, el cambio es impostergable.”
Veo en ellos la posibilidad de enfrentar los nuevos desafíos con otra mentalidad. Y creo que ahí está la clave: aprender de la historia, corregir lo que no funcionó y atreverse a construir caminos distintos, siempre con el compromiso de un mundo más sostenible.
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