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Con motivo del Día Mundial del Refugiado, un nuevo y duro informe de World Vision revela el devastador impacto que los recortes en la financiación humanitaria están teniendo en las familias y los niños y niñas desplazados en 13 países afectados por crisis.
Bajo el título “Hunger, Harm, and Hard Choices” (Hambre, perjuicios y decisiones difíciles), el informe destaca un peligroso aumento del hambre, el trabajo infantil, los matrimonios forzados, el abandono escolar y la trata de niños y niñas, en su mayor parte entre personas que ya se han visto obligadas a huir de sus hogares y que ahora dependen de una ayuda humanitaria cada vez más escasa.
El estudio, realizado entre enero y abril de 2025, encuestó a más de 5.000 hogares de personas refugiadas, desplazados internos y familias de acogida. Se descubrió que el 58 % sufre ahora hambre severa, y casi la mitad afirma haber pasado días enteros sin comer.
En Sudán del Sur, un asombroso 97 % de las familias informó de que alguien de su hogar había pasado un día y una noche completos sin comer nada en el último mes. Del mismo modo, el 89 % de las familias de Etiopía y la República Democrática del Congo afirmaron haber sufrido este nivel de privación. Los recortes en la ayuda alimentaria estaban directamente relacionados con este sufrimiento: las familias a las que se les redujeron las raciones de alimentos tenían más de cinco veces más probabilidades de sufrir una grave inseguridad alimentaria.
“Se trata de una catástrofe humanitaria que se oculta a plena vista”, afirma Amanda Rives, Directora sénior de Gestión de Desastres de World Vision. “Son familias que lo han perdido todo a causa de conflictos o desastres. Ahora les estamos quitando lo único que les quedaba: la ayuda alimentaria que les salva la vida. Es inconcebible”.
Las consecuencias son terribles e inmediatas. Las familias informaron de que el hambre está obligando a los niños y niñas a abandonar la escuela y a caer en situaciones de explotación. Muchos se ven obligados a trabajar, mendigar o incluso a contraer matrimonios precoces para ayudar a sus familias a sobrevivir. Una madre de un campo de refugiados en Uganda dijo: “Mi hija quería ser profesora. Ahora se pasa el día buscando restos para vender en el mercado. Tiene 12 años”.
Las conclusiones de World Vision muestran que los niños y niñas de hogares con inseguridad alimentaria son ocho veces más propensos a realizar trabajo infantil y casi seis veces más propensos a casarse a una edad temprana. La probabilidad de que la infancia se vea obligada a mendigar aumentó más de nueve veces, y el riesgo de exposición a la violencia se multiplicó casi por cinco. El coste psicológico también es inmenso: el 38 % de las familias informaron de un aumento de la ansiedad, la depresión y los cambios de comportamiento en sus hijos. Por otra parte, casi la mitad de los padres afirmaron que sus hijos ya no podían asistir a la escuela con regularidad porque tenían que ayudar a buscar comida o ganar dinero.
“No solo estamos siendo testigos de una crisis alimentaria. Estamos siendo testigos del desmantelamiento sistemático de la infancia”, añade Rives. “Estamos viendo cómo se obliga a los niños y niñas a abandonar las aulas para realizar trabajos peligrosos, contraer matrimonio precoz y sufrir explotación simplemente porque no tienen suficiente para comer. Un niño o niña que pasa hambre no puede aprender. Un niño o niña que trabaja para alimentar a su familia no puede crecer. A una niña que se casa a los 13 años le han robado su futuro antes de que comience”.
Rives pide una acción internacional urgente para revertir la situación, restablecer la ayuda humanitaria y dar prioridad a las poblaciones desplazadas en las respuestas humanitarias. “Lo que estas familias necesitan no es caridad, sino justicia. Necesitan un apoyo constante y fiable que reconozca su dignidad y humanidad. Debemos dejar de racionar la compasión”.
World Vision insta a los donantes y a los gobiernos a aumentar la financiación de la ayuda humanitaria que salva vidas, especialmente en contextos de desplazamiento, y a invertir en soluciones a largo plazo que ayuden a las comunidades a desarrollar su resiliencia y a garantizar un futuro para sus hijos.
“Si no actuamos ahora”, advierte Rives, “no solo perderemos vidas, sino también el futuro de toda una generación”.
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