El otro día bajé la basura que se había generado durante ese día en mi vivienda. La vivienda en cuestión, la habitan dos niños pequeños y dos adultos. Pensaba, mientras realizaba sistemáticamente esta tarea, que realmente habíamos generado muchos residuos en tan sólo 24 horas.
Decidí analizar levemente los residuos (tratando por todos los medios de no salir impregnado por ninguna sustancia indeseable). Concluí que como consumidor no tenía mucho margen para generar menos residuos. Ya intentamos reutilizar las bolsas de la compra o acudir al supermercado con una bolsa de tela. Evitamos en lo posible los productos de un sólo uso. Y en general intentamos hacer compras relativamente conscientes.
Sin embargo, todo viene envasado. Esto es algo contra lo que tengo poco margen de maniobra como consumidor. Si en mi tejado se encuentra: el consumo responsable y el reciclado de residuos, he cumplido con mi parte del contrato social. (A estas previsiones habría que añadir otras relacionadas con la contaminación de vehículos, uso de la electricidad y el agua, etc. Pero hoy quiero poner el foco en los residuos).
Son realmente las empresas las que deben incorporar la lucha contra el cambio climático en todo su proceso productivo. Como consumidor sólo conozco el resultado, pero si observo el abuso de los plásticos o los formatos excesivos de ciertos productos que tienden al desperdicio, puedo imaginar (creo que legítimamente), que los procesos industriales que han convertido una materia prima en un producto consumible, son susceptibles de adolecer deficiencias que puedan contribuir al cambio climático.
En Igualándote, cuando realizamos un plan de igualdad en una empresa del sector retail y de servicios, analizamos qué acciones realizan en materia de responsabilidad social corporativa. Nos consta que hacen grandes esfuerzos para mejorar su impacto medioambiental.
Quizá ese esfuerzo pueda desdoblarse no sólo en la compensación o financiación del impacto ambiental que tiene la empresa. También podría centrarse en la mitigación efectiva de ese daño: directo (cuando afecta al proceso de fabricación) e indirecto (cuando se repercute al consumidor final).
Como consumidor, a fin de cuentas, puedo elegir el proveedor que más se ajuste a mis inquietudes, en este caso medioambientales. Esto siempre seré libre de hacerlo y “premiar” con mi confianza la empresa que más preocupación haya mostrado por este aspecto y otros relacionados: productos orgánicos, gestión de productos caducados, horarios de apertura y en general cualquier otro elemento que sea importante preservar para mí como cliente.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Medioambiente.