Durante el verano, cuando miles de personas disfrutan de actividades deportivas o de contacto con la naturaleza, los medios informan de accidentes —algunos fatales— ocurridos en entornos de riesgo como el mar o la montaña. Las unidades de rescate insisten: antes de iniciar cualquier actividad al aire libre, es fundamental contar con preparación, información, el equipo adecuado y, si es posible, el acompañamiento de profesionales.
En definitiva, apelan a la preparación física y técnica, a no confiarnos, y a contar —cuando sea necesario— con especialistas. Lo mismo ocurre en el mundo empresarial.
Aventurarse sin planificación es temerario. La advertencia es clara: nadie escala una cima sin preparación. Sin embargo, muchas empresas —especialmente aquellas en fase de consolidación— afrontan el día a día sin reflexionar sobre cómo están siendo gobernadas.
Esta es una de las grandes asignaturas pendientes del tejido empresarial: que quienes dirigen o asesoran comprendan que la gobernanza no es un añadido, sino una parte esencial de su responsabilidad. No basta con que la empresa funcione: también debe gobernarse bien.
Por eso es clave que los profesionales que tienen contacto directo con la propiedad o con los ejecutivos clave —ya sea desde dentro de la organización o como asesores externos— trabajen para impulsar estructuras de buen gobierno. Ese es el valor primordial de su labor: convencer, concienciar de que, además de la actividad operativa, hay que asegurar la solidez del proyecto con acciones que fortalezcan la gestión y la transparencia.
Mi preocupación se centra en las llamadas empresas “frontera”: en torno a 50 empleados o entre cinco y seis millones de euros de facturación. Negocios que han superado la etapa inicial, pero que aún no cuentan con estructuras maduras de gestión.
No se trata de que una norma les exija un modelo de gobernanza formal. Es el funcionamiento interno —la rendición de cuentas, los controles, el equilibrio de poderes y las relaciones con los grupos de interés— lo que hace imprescindible aplicar ciertas prácticas.
Sin embargo, una visión reducida de la competitividad —centrada solo en los costes— o un enfoque que considera prescindible todo lo que no se orienta a producir más, alimenta culturas desconectadas del buen gobierno, que necesariamente debe conciliar el corto con el medio y largo plazo.
Volviendo al comienzo: si un grupo de alpinistas experimentados quiere alcanzar una cumbre en otro país, lo hará con planificación, entrenamiento, recursos y apoyo técnico. Esa es también la actitud de muchas grandes empresas, impulsadas por la regulación o por conciencia de su impacto. Lo mismo ocurre con algunas medianas que lideran sectores clave o con compañías familiares que han sabido profesionalizarse e incorporar protocolos internos de gestión.
Es fundamental que las empresas en proceso de consolidación —en ese umbral crítico de tamaño y facturación— comprendan que gobernar bien no es un lujo ni una traba burocrática. Es tan esencial como encender el horno o iniciar sesión en el ordenador cada mañana.
La gobernanza, la innovación y la sostenibilidad deben estar en el corazón del negocio. Nadie debería confundir un enfoque riguroso y comprometido con una colección de certificados decorativos. Apostar por una cultura de buen gobierno no significa perder agilidad, sino ganar solidez, confianza y capacidad para crecer.
Por eso es tan valioso el impacto de instituciones como IGE, que promueven buenas prácticas a través de formación, auditorías y distintivos que reconocen la implementación de políticas responsables.
Un ejemplo concreto es el de Ingennus, empresa de arquitectura ubicada en esa delicada “zona frontera”. Con vocación de crecimiento y una proyección nacional e internacional consolidada, ha avanzado en la incorporación de políticas que generan confianza, profesionalizan la gestión, mejoran la transparencia, identifican riesgos y fortalecen el vínculo con la sociedad a la que dirige su actividad.
Como en la montaña o en el mar, gobernar bien una empresa exige preparación, temple y visión. No basta con intuición o experiencia: hay que formarse, equiparse, apoyarse en quienes conocen el terreno y trabajar en equipo para llegar arriba… y volver todos juntos.