Las enfermedades cardiovasculares continúan siendo la primera causa de mortalidad en el mundo. Según la Asociación Americana del Corazón, se estima que provocan casi 20 millones de muertes al año, lo que representa aproximadamente un tercio de todas las defunciones globales. En América Latina y España, la situación no es diferente: el incremento de la obesidad, la diabetes tipo 2, la hipertensión arterial y los hábitos de vida sedentarios están alimentando una epidemia silenciosa que amenaza con desbordar los sistemas sanitarios. Si se estaban preguntando por qué un especialista en endocrinología y nutrición se está dirigiendo a ustedes desde esta tribuna, ahí tienen la explicación.
Por todo ello, en el Día Mundial del Corazón, resulta oportuno reflexionar no solo sobre cómo prevenir estas enfermedades desde la clínica, sino también sobre cómo nuestros modelos de vida y de organización social se relacionan con la sostenibilidad. La salud cardiovascular no puede entenderse únicamente como una cuestión individual, sino como un reto colectivo que exige un compromiso de toda la sociedad.
Salud cardiovascular y sostenibilidad: una relación más estrecha de lo que parece
Empecemos por explicar qué entendemos por sostenibilidad. Dentro de las definiciones que podemos encontrar de este importante término, podríamos decir que la sostenibilidad persigue satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas, basándose en un equilibrio entre el medioambiente, el desarrollo social y el crecimiento económico. Se trata de gestionar los recursos de manera que se mantenga un equilibrio a largo plazo, asegurando la prosperidad del planeta y de sus habitantes.
¿Y cómo unimos sostenibilidad y salud cardiovascular? Podemos considerar tres pilares en términos de sostenibilidad, que tienen una estrecha relación con la salud cardiovascular.
Uno de ellos es la sostenibilidad ambiental: la protección del medioambiente, la conservación de recursos naturales y la reducción de la contaminación para garantizar la salud del planeta. Hay datos muy sólidos científicamente que demuestran que la contaminación ambiental impacta en la salud cardiovascular a través de diversos mecanismos. La evidencia reciente sugiere que la contaminación ambiental puede provocar hasta el 20% de las muertes por enfermedad cardiovascular por contaminantes como los microplásticos, la propia contaminación atmosférica y acústica, y la exposición a metales pesados. El diseño de estrategias de salud pública efectivas es crucial en la prevención de estos efectos, con un enfoque integral que considere tanto los factores relacionados con la exposición a contaminantes, como la dimensión ética inherente a la protección de la salud humana y el medio ambiente.
También es importante la sostenibilidad social, que implica asegurar la calidad de vida, la equidad, la educación y la sanidad para todas las personas, fomentando la cohesión social y la igualdad de oportunidades.
Y finalmente, la sostenibilidad económica, que busca un crecimiento económico duradero que no agote los recursos ni dañe el medioambiente y la sociedad, creando valor a largo plazo.
Y acercando todo ello a medidas de prevención cardiovascular, las recomendaciones para avanzar hacia un futuro más sostenible pasarían, por ejemplo, por trabajar por una alimentación saludable y sostenible. Las dietas basadas en un mayor consumo de frutas, verduras, legumbres, frutos secos, cereales integrales y pescado, y en una reducción de carnes rojas, ultraprocesados y azúcares añadidos, se asocian con menor riesgo de enfermedad cardiovascular y con una huella ambiental más baja. La dieta mediterránea es un ejemplo paradigmático: sus beneficios en la prevención cardiovascular están ampliamente demostrados en ensayos clínicos (como el estudio PREDIMED en España), y además promueve un uso racional de los recursos alimentarios. También las políticas de etiquetado frontal de alimentos, como el Nutri-Score o el sistema de advertencias en América Latina, empoderan a la población para elegir opciones más saludables y sostenibles. Y desde luego, son imprescindibles las alianzas entre sectores sanitarios, educativos y comunitarios, como los proyectos de comedores escolares con menús equilibrados y basados en productos locales, que reducen la huella de carbono y fomentan hábitos protectores desde la infancia.
Otro aspecto importante es el objetivo de actividad física y movilidad activa. Caminar, desplazarse en bicicleta o utilizar transportes públicos no solo reducen el riesgo de hipertensión, diabetes y obesidad, sino que disminuyen la contaminación atmosférica, antes aludida, y la dependencia de combustibles fósiles. La promoción de ciudades cardioprotectoras implica, al mismo tiempo, una apuesta por urbes más sostenibles y habitables. La Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición tiene un programa de “Alianza de ciudades contra la obesidad” en el que se recogen muchas de estas iniciativas y recomendaciones, con programas de prescripción de ejercicio físico en entornos naturales, que promueven tanto el bienestar del paciente como el cuidado de espacios verdes urbanos.
Y también, desde luego, el control del tabaquismo. El tabaco continúa siendo uno de los principales factores de riesgo cardiovascular. Su reducción tiene un impacto directo en la salud y, además, la disminución del cultivo y producción tabacalera también supone beneficios ambientales.
Diabetes y obesidad: dos retos que comprometen el futuro del planeta
Desde la perspectiva de la endocrinología y la nutrición, resulta imprescindible señalar el papel de la obesidad y la diabetes mellitus tipo 2 como grandes motores de la epidemia cardiovascular. En la última década, la prevalencia de obesidad se ha duplicado en muchos países iberoamericanos, y la Federación Internacional de Diabetes estima que más de 32 millones de personas viven con diabetes en la región.
El tratamiento de estas enfermedades no puede desligarse de la sostenibilidad. No se trata solo de fármacos o de recursos hospitalarios, sino de transformar entornos que condicionan elecciones poco saludables: la disponibilidad masiva de alimentos ultraprocesados, la urbanización que limita la actividad física o las inequidades sociales que dificultan el acceso a opciones más sanas. Actuar sobre estos determinantes es también actuar por un planeta más justo y sostenible.
Un compromiso colectivo con la salud y el entorno
La lucha contra las enfermedades cardiovasculares (y metabólicas) no puede limitarse a consultas médicas y hospitales. Implica una visión más amplia que entienda la salud como un bien común, íntimamente ligado a la sostenibilidad ambiental, social y económica.
En este Día Mundial del Corazón, la invitación es clara: cada decisión en favor de un corazón más sano —elegir una dieta equilibrada, caminar en lugar de usar el automóvil, reducir el consumo de tabaco y alcohol— es también una decisión en favor de un planeta más sostenible. La salud cardiovascular y la sostenibilidad comparten un mismo camino, y recorrerlo juntos es la única manera de asegurar un futuro más saludable para las próximas generaciones.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Corazón