Desde hace algo más de una década, cada 31 de octubre volvemos la mirada hacia nuestras ciudades, esos espacios donde se concentran oportunidades y retos, pero también sueños compartidos. Y es que las ciudades son mucho más que un espacio: son organismos complejos, vivos, con pasado y con futuro, pero sobre todo en constante evolución. En las ciudades se cruzan las decisiones políticas, las dinámicas sociales, los hábitos de consumo y la innovación tecnológica. También en ellas se determinan, en amplia medida, las posibilidades reales de avanzar hacia un desarrollo sostenible.
El ODS 11 Ciudades y Comunidades Sostenibles, que pretende lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles, debería llevarnos a una reflexión profunda: ¿qué tipo de vida urbana queremos construir? Durante décadas, el crecimiento de las ciudades se ha medido en términos de expansión, metros cuadrados, infraestructuras o crecimiento demográfico. Sin embargo, hoy sabemos que el desarrollo no puede seguir definiéndose solo por la cantidad, sino por la calidad: de los espacios, los servicios, las relaciones y, sobre todo, de las decisiones. Una ciudad sostenible no es la que crece más, sino la que crece mejor.
Las ciudades respiran, consumen energía, producen residuos, generan movimiento. Pero, a diferencia de los ecosistemas naturales, no se regeneran solas. Necesitan planificación, colaboración y una visión a largo plazo. Una visión que entienda que la sostenibilidad no es un proyecto técnico, sino un proyecto humano. Hablar de sostenibilidad urbana es hablar de bienestar, de equidad, de convivencia. Es pensar cómo lograr que cada persona tenga acceso a un entorno de bienestar, incluyendo vivienda, transporte, servicios e infraestructura y espacios de ocio. Sin olvidar las zonas verdes y de recreo.
Por ello, la sostenibilidad de las ciudades no puede abordarse desde una perspectiva meramente técnica o desde la suma de soluciones aisladas. Se trata de un proyecto complejo que requiere visión, planificación y colaboración entre múltiples actores. La manera en la que una ciudad evoluciona depende tanto de sus políticas públicas como de la capacidad de su tejido empresarial, académico y social para trabajar con un propósito compartido. Las mejores ciudades para las personas son aquellas que integran la sostenibilidad en su modelo de crecimiento y desarrollo y sin duda en la toma de decisiones.
En este contexto, la comunicación se convierte en una herramienta estratégica. Comunicar sostenibilidad no es solo trasladar datos o logros, sino construir con sentido, generar confianza y facilitar la conexión entre quienes diseñan, ejecutan y habitan la ciudad. Las palabras también modelan el espacio urbano: influyen en cómo percibimos los retos y en cómo asumimos la transformación. Por eso, la comunicación en sostenibilidad debe ser rigurosa, coherente y honesta, pero también capaz de inspirar. En un momento en el que la palabra sostenibilidad corre el riesgo de desgastarse por el abuso o por el greenwashing, comunicar bien es un acto de responsabilidad.
En Torres y Carrera trabajamos con la convicción de que la comunicación es una herramienta de transformación social. Cuando se utiliza con propósito, puede unir visiones, generar acción colectiva y hacer posible que la sostenibilidad deje de ser un discurso para convertirse en una realidad compartida.
En los últimos años he podido comprobar que cuando las empresas entienden la sostenibilidad como parte de su estrategia y no como un ejercicio de imagen o incluso de obligación regulatoria, se genera confianza, se fortalecen vínculos y se consigue contribuir de manera real con la sociedad. Porque las ciudades también se ven impactadas por el tejido empresarial que, con sus decisiones, puede marcar una diferencia real en el modelo de desarrollo urbano.
Tanto a nivel comunicativo como en términos de desarrollo urbano, el reto está en mantener el rigor, la transparencia y la coherencia. No se trata de prometer ciudades perfectas, sino de avanzar hacia ciudades posibles: inclusivas, eficientes, conscientes del cambio climático, pero también abiertas, participativas y humanas. La innovación tecnológica también está transformando nuestras ciudades: desde los sistemas de movilidad inteligente hasta la gestión eficiente de los recursos o la creación de edificios energéticamente sostenibles. Pero la tecnología, sin una visión humana y colaborativa, no basta. El verdadero progreso urbano reside en combinar datos, diseño y empatía. La movilidad sostenible, la arquitectura bioclimática o la economía circular son herramientas esenciales, pero también lo es la visión compartida de todas las personas.
El Día Mundial de las Ciudades es, por tanto, una invitación a repensar nuestro papel como habitantes, profesionales y comunicadores. Porque las ciudades son reflejo de lo que somos, pero también del mundo en el que queremos habitar y que habiten las generaciones futuras. Y aunque la sostenibilidad lleva implícita la técnica, la medición y el dato, su raíz es humana: cuidar el lugar donde vivimos, cuidar a quienes lo habitan y hacerlo posible entre todos y todas. Porque las ciudades que queremos habitar empiezan en la forma en que decidimos cuidarlas.

